Marco Aurelio : " Meditaciones"
(Escrito entre el 170-180 dc)Â
PARTE 1 - LIBROS I al VIÂ
LIBRO I
1. De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad.
2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter discreto y viril.
3. De mi madre: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más todavÃa, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir propio de los ricos.
4. De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con largueza.
5. De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los Azules, ni partidario de los parinularios ni de los escutarios1; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.
6. De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espÃritus, y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la crÃa de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofÃa; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.
7. De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado a la emulación sofÃstica, ni escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el no pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir las cartas de modo sencillo, como aquélla que escribió él mismo desde Sinuesa a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los que me entregó una copia suya.
8. De Apolonio: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba como la más Ãnfima de sus cualidades la experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.
9. De Sexto: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonÃa con todos, de manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenÃan en aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con método inductivo y ordenado los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber polifacético, sin alardes.
10. De Alejandro el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debÃa ser pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
11. De Frontón: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y la hipocresÃa propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados «eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de afecto.
12. De Alejandro el platónico: el no decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando excesivas ocupaciones.
13. De Catulo: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacÃan Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.
14. De «mi hermano» Severo : el amor a la familia, a la verdad y la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, Marco Aurelio Meditaciones 2 Existe en el texto griego una laguna. Farquharson, para salvar el sentido de la frase, sobrentiende: («en la vida de sociedad»). la libertad de sus súbditos. De él también: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofÃa; la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que merecÃan su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué querÃa o qué no querÃa, pues estaba claro.
15. De Máxirno: el dominio de sà mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondÃan a sus pensamientos y en sus actuaciones procedÃa sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se consideraba superior a él; su amabilidad en...2
16. De mi padre: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podÃan hacer una contribución útil a la comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a sus comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos; antes bien, quienes le habÃan dejado momentáneamente por alguna necesidad le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones. El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de toda adulación dirigida a su persona. El velar constantemente por las necesidades del Imperio. La administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la crÃtica en cualquiera de estas materias; ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los bienes que contribuyen a una vida fácil y la Fortuna se los habÃa deparado en abundancia, sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogÃa con naturalidad, cuando los tenÃa, pero no sentÃa necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrarÃo, era tenido por hombre maduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavÃa, su trato afable y buen humor, pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo, no como quien ama la vida, ni con coqueterÃa ni tampoco negligentemente, sino de manera que, gracias a su cuidado personal, en contadÃsimas ocasiones tuvo necesidad de asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia, en los que poseÃan alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia, de las leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia; su ahÃnco en ayudarles para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo según las tradiciones ancestrales, pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones. Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. E inmediatamente, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en plenas facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado. Su sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la construcción de obras públicas, en las asignaciones y en otras cosas semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente lo que debe hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las obras realizadas. Ni baños a destiempo, ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por las comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni por el buen aspecto de sus servidores; el vestido que llevaba procedÃa de su casa de campo en Lorio, y la mayorÃa de sus enseres, de la que tenÃa en Lanuvio. ¡Cómo trató al recaudador de impuestos en Túsculo que le hacÃa reclamaciones! Y todo su carácter era asÃ; no fue ni cruel, ni hosco, ni duro, de manera que jamás se habrÃa podido decir de él: «Ya suda», sino que todo lo habÃa calculado con exactitud, como si le sobrara tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y encajarÃa bien en él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor fÃsico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos son propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e invencible, como mostró durante la enfermedad que le llevó a la muerte.
17. De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena hermana, buenos maestros, buenos amigos Ãntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a ninguno de ellos, a pesar de tener una disposición natural idónea para poder hacer algo semejante, si se hubiese presentado la ocasión. Es un favor divino que no se presentara ninguna combinación de circunstancias que me pusiera a prueba; el no haber sido educado largo tiempo junto a la concubina de mi abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no haber demostrado antes de tiempo mi virilidad, sino incluso haberlo demorado por algún tiempo; el haber estado sometido a las órdenes de un gobernante, mi padre, que debÃa arrancar de mà todo orgullo y llevarme a comprender que es posible vivir en palacio sin tener necesidad de guardia personal, de vestidos suntuosos, de candelabros, de estatuas y otras cosas semejantes y de un lujo parecido; sino que es posible ceñirse a un régimen de vida muy próximo al de un simple particular, y no por ello ser más desgraciado o más negligente en el cumplimiento de los deberes que soberanamente nos exige la comunidad. El haberme tocado en suerte un hermano capaz, por su carácter, de incitarme al cuidado de mà mismo y que, a la vez, me alegraba por su respeto y afecto; el no haber tenido hijos subnormales o deformes; el no haber progresado demasiado en la retórica, en la poética y en las demás disciplinas, en las que tal vez me habrÃa detenido, si hubiese percibido que progresaba a buen ritmo. El haberme anticipado a situar a mis educadores en el punto de dignidad que estimaba deseaban, sin demorarlo, con la esperanza de que, puesto que eran todavÃa jóvenes, lo pondrÃa en práctica más tarde. El haber conocido a Apolonio, Rústico, Máximo. El haberme representado claramente y en muchas ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza, de manera que, en la medida que depende de los dioses, de sus comunicaciones, de sus socorros y de sus inspiraciones, nada impedÃa ya que viviera de acuerdo con la naturaleza, y si continúo todavÃa lejos de este ideal, es culpa mÃa por no observar las sugerencias de los dioses y a duras penas sus enseñanzas; la resistencia de mi cuerpo durante largo tiempo en una vida de estas caracterÃsticas; el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso, más tarde, vÃctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme excedido nunca con Rústico, a pesar de las frecuentes disputas, de lo que me habrÃa arrepentido; el hecho de que mi madre, que debÃa morir joven, viviera, sin embargo, conmigo sus últimos años; el hecho de que cuantas veces quise socorrer a un pobre o necesitado de otra cosa, jamás oà decir que no tenÃa dinero disponible; el no haber caÃdo yo mismo en una necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena; el tener una esposa de tales cualidades: tan obediente, tan cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido fácilmente para mis hijos educadores adecuados; el haber recibido, a través de sueños, remedios, sobre todo para no escupir sangre y evitar los mareos, y lo de Gaeta, a modo de oráculo; el no haber caÃdo, cuando me aficioné a la filosofÃa, en manos de un sofista ni haberme entretenido en el análisis de autores o de silogismos ni ocuparme a fondo de los fenómenos celestes. Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la Fortuna».
LIBRO II
1. Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mÃa, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.
2. Esto es todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el guÃa interior. ¡Deja los libros! No te dejes distraer más; no te está permitido. Sino que, en la idea de que eres ya un moribundo, desprecia la carne: sangre y polvo, huesecillos, fino tejido de nervios, de diminutas venas y arterias. Mira también en qué consiste el hálito vital: viento, y no siempre el mismo, pues en todo momento se vomita y de nuevo se succiona. En tercer lugar, pues, te queda el guÃa interior. Reflexiona asÃ: eres viejo; no consientas por más tiempo que éste sea esclavo, ni que siga aún zarandeado como marioneta por instintos egoÃstas, ni que se enoje todavÃa con el destino presente o recele del futuro.
3. Las obras de los dioses están llenas de providencia, las de la Fortuna no están separadas de la naturaleza o de la trama y entrelazamiento de las cosas gobernadas por la Providencia. De allà fluye todo. Se añade lo necesario y lo conveniente para el conjunto del universo, del que formas parte. Para cualquier parte de naturaleza es bueno aquello que colabora con la naturaleza del conjunto y lo que es capaz de preservarla. Y conservan el mundo tanto las transformaciones de los elementos simples como las de los compuestos. Sean suficientes para ti estas reflexiones, si son principios básicos. Aparta tu sed de libros, para no morir gruñendo, sino verdaderamente resignado y agradecido de corazón a los dioses.
4. Recuerda cuánto tiempo hace que difieres eso y cuántas veces has recibido avisos previos de los dioses sin aprovecharlos. Preciso es que a partir de este momento te des cuenta de qué mundo eres parte y de qué gobernante del mundo procedes como emanación, y comprenderás que tu vida está circunscrita a un perÃodo de tiempo limitado. Caso de que no aproveches esta oportunidad para serenarte, pasará, y tú también pasarás, y ya no habrá otra.
5. A todas horas, preocúpate resueltamente, como romano y varón, de hacer lo que tienes entre manos con puntual y no fingida gravedad, con amor, libertad y justicia, y procúrate tiempo libre para liberarte de todas las demás distracciones. Y conseguirás tu propósito, si ejecutas cada acción como si se tratara de la última de tu vida, desprovista de toda irreflexión, de toda aversión apasionada que te alejara del dominio de la razón, de toda hipocresÃa, egoÃsmo y despecho en lo relacionado con el destino. Estás viendo cómo son pocos los principios que hay que dominar para vivir una vida de curso favorable y de respeto a los dioses. Porque los dioses nada más reclamarán a quien observa estos preceptos.
6. ¡Te afrentas, te afrentas, alma mÃa! Y ya no tendrás ocasión de honrarte. ¡Breve es la vida para cada uno! Tú, prácticamente, la has consumido sin respetar el alma que te pertenece, y, sin embargo, haces depender tu buena fortuna del alma de otros.
7. No te arrastren los accidentes exteriores; procúrate tiempo libre para aprender algo bueno y cesa ya de girar como un trompo. En adelante, debes precaverte también de otra desviación. Porque deliran también, en medio de tantas ocupaciones, los que están cansados de vivir y no tienen blanco hacia el que dirijan todo impulso y, en suma, su imaginación.
8. No es fácil ver a un hombre desdichado por no haberse detenido a pensar qué ocurre en el alma de otro. Pero quienes no siguen con atención los movimientos de su propia alma, fuerza es que sean desdichados.
9. Es preciso tener siempre presente esto: cuál es la naturaleza del conjunto y cuál es la mÃa, y cómo se comporta ésta respecto a aquélla y qué parte, de qué conjunto es; tener presente también que nadie te impide obrar siempre y decir lo que es consecuente con la naturaleza, de la cual eres parte.
10. Desde una perspectiva filosófica afirma Teofrasto en su comparación de las faltas, como podrÃa compararlas un hombre según el sentido común, que las faltas cometidas por concupiscencia son más graves que las cometidas por ira. Porque el hombre que monta en cólera parece desviarse de la razón con cierta pena y congoja interior; mientras que la persona que yerra por concupiscencia, derrotado por el placer, se muestra más flojo y afeminado en sus faltas. Con razón, pues, y de manera digna de un filósofo, dijo que el que peca con placer merece mayor reprobación que el que peca con dolor. En suma, el primero se parece más a un hombre que ha sido vÃctima de una injusticia previa y que se ha visto forzado a montar en cólera por dolor; el segundo se ha lanzado a la injusticia por sà mismo, movido a actuar por concupiscencia.
11. En la convicción de que puedes salir ya de la vida, haz, di y piensa todas y cada una de las cosas en consonancia con esta idea. Pues alejarse de los hombres, si existen dioses, en absoluto es temible, porque éstos no podrÃan sumirte en el mal. Mas, si en verdad no existen, o no les importan los asuntos humanos, ¿a qué vivir en un mundo vacÃo de dioses o vacÃo de providencia? Pero sÃ, existen, y les importan las cosas humanas, y han puesto todos los medios a su alcance para que el hombre no sucumba a los verdaderos males. Y si algún mal quedara, también esto lo habrÃan previsto, a fin de que contara el hombre con todos los medios para evitar caer en él. Pero lo que no hace peor a un hombre, ¿cómo eso podrÃa hacer peor su vida? Ni por ignorancia ni conscientemente, sino por ser incapaz de prevenir o corregir estos defectos, la naturaleza del conjunto lo habrÃa consentido. Y tampoco por incapacidad o inhabilidad habrÃa cometido un error de tales dimensiones como para que les tocaran a los buenos y a los malos indistintamente, bienes y males a partes iguales. Sin embargo, muerte y vida, gloria e infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo eso acontece indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni bello ni feo. Porque, efectivamente, no son bienes ni males.
12. ¡Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo, su memoria! ¡Cómo es todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce por placer o nos asusta por dolor o lo que nos hace gritar por orgullo; cómo todo es vil, despreciable, sucio, fácilmente destructible y cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la inteligencia! ¿Qué son esos, cuyas opiniones y palabras procuran buena fama ¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme la acción de la naturaleza, es un chiquillo. Pero no sólo es la muerte acción de la naturaleza, sino también acción útil a la naturaleza. Cómo el hombre entra en contacto con Dios y por qué parte de sà mismo, y, en suma, cómo está dispuesta esa pequeña parte del hombre.
13. Nada más desventurado que el hombre que recorre en cÃrculo todas las cosas y «que indaga», dice, «las profundidades de la tierra», y que busca, mediante conjeturas, lo que ocurre en el alma del vecino, pero sin darse cuenta de que le basta estar junto a la única divinidad que reside en su interior y ser su sincero servidor. Y el culto que se le debe consiste en preservarla pura de pasión, de irreflexión y de disgusto contra lo que procede de los dioses y de los hombres. Porque lo que procede de los dioses es respetable por su excelencia, pero lo que procede de los hombres nos es querido por nuestro parentesco, y a veces, incluso, en cierto modo, inspira compasión, por su ignorancia de los bienes y de los males, ceguera no menor que la que nos priva de discernir lo blanco de lo negro.
14. Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podrÃa perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podrÃa arrebatar alguien? Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos cÃrculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder.
15. «Que todo es opinión». Evidente es lo que se dice referido al cÃnico Mónimo. Evidente también, la utilidad de lo que se dice, si se acepta lo sustancial del dicho, en la medida en que es oportuno.
16. El alma del hombre se afrenta, sobre todo, cuando, en lo que de ella depende, se convierte en pústula y en algo parecido a una excrecencia del mundo. Porque enojarse con algún suceso de los que se presentan es una separación de la naturaleza, en cuya parcela se albergan las naturalezas de cada uno de los restantes seres. En segundo lugar, se afrenta también, cuando siente aversión a cualquier persona o se comporta hostilmente con intención de dañarla, como es el caso de las naturalezas de los que montan en cólera. En tercer lugar, se afrenta, cuando sucumbe al placer o al pesar. En cuarto lugar, cuando es hipócrita y hace o dice algo con ficción o contra la verdad. En quinto lugar cuando se desentiende de una actividad o impulso que le es propio, sin perseguir ningún objetivo, sino que al azar e inconsecUentemente se aplica a cualquier tarea siendo asà que, incluso las más insignificantes actividades deberÃan llevarse a cabo referidas a un fin. Y el fin de los seres racionales es obedecer la razón y la ley de la ciudad y constitución más venerable.
17. El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difÃcil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un rÃo; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañÃa? Única y exclusivamente la filosofÃa. Y ésta consiste en preservar el guÃa interior, exento de ultrajes y de daño, dueño de placeres y penas, si hacer nada al azar, sin valerse de la mentira ni de la hipocresÃa, al margen de lo que otro haga o deje de hacer; más aún, aceptando lo que acontece y se le asigna como procediendo de aquel lugar de donde él mismo ha venido. Y sobre todo, aguardando la muerte con pensamiento favorable, en la convicción de que ésta no es otra cosa que disolución de elementos de que está compuesto cada ser vivo. Y si para los mismos elementos nada temible hay en el hecho de que cada uno se transforme de continuo en otro, ¿por qué recelar de la transformación y disolución de todas las cosas? Pues esto es conforme a la naturaleza, y nada es malo si es conforme a la naturaleza. Escrito en Carnunto (Ciudad junto al Danubio donde Marco Aurelio residió durante periodos de descanso entre
 campañas de guerra)
LIBRO III
1. No sólo esto debe tomarse en cuenta, que dÃa a dÃa se va gastando la vida y nos queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar también que, si una persona prolonga su existencia, no está claro si su inteligencia será igualmente capaz en adelante para la comprensión de las cosas y de la teorÃa que tiende al conocimiento de las cosas divinas y humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece a desvariar, la respiración, la nutrición, la imaginación, los instintos y todas las demás funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de disponer de sà mismo, de calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las apariencias, de detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de abandonar esta vida y cuantas necesidades de caracterÃsticas semejantes precisan un ejercicio exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene, pues, apresurarse no sólo porque a cada instante estamos más cerca de la muerte, sino también porque cesa con anterioridad la comprensión de las cosas y la capacidad de acomodarnos a ellas.
2. Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y atractivo. AsÃ, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas que asà se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalÃes y muchas otras cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas. De manera que, si una persona tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto singular. Y esa persona verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado que todas sus reproducciones realizadas por pintores y escultores; incluso podrá ver con sus sagaces ojos cierta plenitud y madurez en la anciana y el anciano y también, en los niños, su amable encanto. Muchas cosas semejantes se encontrarán no al alcance de cualquiera, sino, exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la naturaleza y sus obras.
3. Hipócrates, después de haber curado muchas enfermedades, enfermó él también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y también a ellos les alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después de haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras y destrozado en orden de combate numerosas mirÃadas de jinetes e infantes, también ellos acabaron por perder la vida. Heráclito, después de haber hecho tantas investigaciones sobre la conflagración del mundo, aquejado de hidropesÃa y recubierto de estiércol, murió. A Demócrito, los gusanos; gusanos también, pero distintos, acabaron con Sócrates. ¿Qué significa esto? Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es para entrar en otra vida, tampoco allà está nada vacÃo de dioses; pero si es para encontrarte en la insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de estar al servicio de una envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la parte subordinada: ésta es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre mezclada con polvo.
4. No consumas la parte de la vida que te resta en hacer conjeturas sobre otras personas, de no ser que tu objetivo apunte a un bien común; porque ciertamente te privas de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano y por qué, y qué piensa y qué trama y tantas cosas semejantes que provocan tu aturdimiento, te apartas de la observación de tu guÃa interior. Conviene, por consiguiente, que en el encadenamiento de tus ideas, evites admitir lo que es fruto del azar y superfluo, pero mucho más lo inútil y pernicioso. Debes también acostumbrarte a formarte únicamente aquellas ideas acerca de las cuales, si se te preguntara de súbito: «¿En qué piensas ahora?», con franqueza pudieras contestar al instante: «En esto y en aquello», de manera que al instante se pusiera de manifiesto que todo en ti es sencillo, benévolo y propio de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra, imágenes que procuran goces; un ser exento de toda codicia, envidia, recelo o cualquier otra pasión, de la que pudieras ruborizarte reconociendo que la posees en tu pensamiento. Porque el hombre de estas caracterÃsticas que ya no demora el situarse como entre los mejores, se convierte en sacerdote y servidor de los dioses, puesto al servicio también de la divinidad que se asienta en su interior, todo lo cual le inmuniza contra los placeres, le hace invulnerable a todo dolor, intocable respecto a todo exceso, insensible a toda maldad, atleta de la más excelsa lucha, lucha que se entabla para no ser abatido por ninguna pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con toda su alma, a los acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado; y raramente, a no ser por una gran necesidad y en vista al bien común, cavila lo que dice, hace o proyecta otra persona. Pondrá únicamente en práctica aquellas cosas que le corresponden, y piensa sin cesar en lo que le pertenece, que ha sido hilado del conjunto; y mientras en lo uno cumple con su deber, en lo otro está convencido de que es bueno. Porque el destino asignado a cada uno está involucrado en el conjunto y al mismo tiempo lo involucra. Tiene también presente que todos los seres racionales están emparentados y que preocuparse de todos los hombres está de acuerdo con la naturaleza humana; pero no debe tenerse en cuenta la opinión de todos, sino sólo la de aquellos que viven conforme a la naturaleza. Y respecto a los que no viven asÃ, prosigue recordando hasta el fin cómo son en casa y fuera de ella, por la noche y durante el dÃa, y qué clase de gente frecuentan. En consecuencia, no toma en consideración el elogio de tales hombres que ni consigo mismo están satisfechos.
5. Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no trates de decorar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni polifacético. Más aún, sea el dios que en ti reside protector y guÃa de un hombre venerable, ciudadano, romano y jefe que a sà mismo se ha asignado su puesto, cual serÃa un hombre que aguarda la llamada para dejar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo. Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.
6. Si en el transcurso de la vida humana encuentras un bien superior a la justicia, a la verdad, a la moderación, a la valentÃa y, en suma, a tu inteligencia que se basta a sà misma, en aquellas cosas en las que te facilita actuar de acuerdo con la recta razón, y de acuerdo con el destino en las cosas repartidas sin elección previa; si percibes, digo, un bien de más valÃa que ese, vuélvete hacia él con toda el alma y disfruta del bien supremo que descubras. Pero si nada mejor aparece que la propia divinidad que en ti habita, que ha sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila las ideas y que, como decÃa Sócrates, se ha desprendido de las pasiones sensuales, que se ha sometido a la autoridad de los dioses y que preferentemente se preocupa de los hombres; si encuentras todo lo demás más pequeño y vil, no cedas terreno a ninguna otra cosa, porque una vez arrastrado e inclinado hacia ella, ya no serás capaz de estimar preferentemente y de continuo aquel bien que te es propio y te pertenece. Porque no es lÃcito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien de distinto género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres. Todas esas cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar con nuestra naturaleza, de pronto se imponen y nos desvÃan. Por tanto, reitero, elige sencilla y libremente lo mejor y persevera en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.» Si lo es para ti, en tanto que ser racional, obsérvalo. Pero si lo es para la parte animal, manifiéstalo y conserva tu juicio sin orgullo. Trata sólo de hacer tu examen de un modo seguro.
7. Nunca estimes como útil para ti lo que un dÃa te forzará a transgredir el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir, a desear algo que precisa paredes y cortinas. Porque la persona que prefiere, ante todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del culto debido a la excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo que es más importante: vivirá sin perseguir ni huir. Tanto si es mayor el intervalo de tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él, se irá tan resueltamente como si fuera a emprender cualquier otra de las tareas que pueden ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso de la vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de manera impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable.
8. En el pensamiento del hombre que se ha disciplinado y purificado a fondo, nada purulento ni manchado ni mal cicatrizado podrÃas encontrar. Y no arrebata el destino su vida incompleta, como se podrÃa afirmar del actor que se retirara de escena antes de haber finalizado su papel y concluido la obra. Es más, nada esclavo hay en él, ninguna afectación, nada añadido, ni disociado, nada sometido a rendición de cuentas ni necesitado de escondrijo.
9. Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle jamás en tu guÃa interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del ser racional. Esta, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los dioses. 10. Desecha, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos. Y además recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto; insignificante es, por tanto, la vida de cada uno, e insignificante también el rinconcillo de la tierra donde vive. Pequeña es asimismo la fama póstuma, incluso la más prolongada, y ésta se da a través de una sucesión de hombrecillos que muy pronto morirán, que ni siquiera se conocen a sà mismos, ni tampoco al que murió tiempo ha.
11. A los consejos mencionados añádase todavÃa uno: delimitar o describir siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos, y pueda designarse con su nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos que se presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que pueda entonces comprenderse en qué orden encaja, qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor tiene con respecto a su conjunto, y cuál en relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la que las demás ciudades son como casas. Qué es, y de qué elementos está compuesto y cuánto tiempo es natural que perdure este objeto que provoca ahora en mà esta imagen, y qué virtud preciso respecto a él: por ejemplo, mansedumbre, coraje, sinceridad, fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc. Por esta razón debe decirse respecto a cada una: esto procede de Dios; aquello se da según el encadenamiento de los hechos, según la trama compacta, según el encuentro casual y por azar. Esto procede de un ser de mi raza, de un pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo que es para él acorde con la naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me relaciono con él, de acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con benevolencia y justicia. Con todo, respecto a las cosas indiferentes, me decido conjeturando su valor.
12. Si ejecutas la tarea presente siguiendo la recta razón, diligentemente, con firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes bien, velas por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso restituirlo, si agregas esta condición de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te conformas con la actividad presente conforme a la naturaleza y con la verdad heroica en todo lo que digas y comentes, vivirás feliz. Y nadie será capaz de impedÃrtelo.
13. Del mismo modo que los médicos siempre tienen a mano los instrumentos de hierro para las curas de urgencia, asà también, conserva tú a punto los principios fundamentales para conocer las cosas divinas y las humanas, y asà llevarlo a cabo todo, incluso lo más insignificante, recordando la trabazón Ãntima y mutua de unas cosas con otras. Pues no llevarás a feliz término ninguna cosa humana sin relacionarla al mismo tiempo con las divinas, ni tampoco al revés.
14. No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos que reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te queda esa posibilidad.
15. Desconocen cuántas acepciones tienen los términos: robar, sembrar, comprar, vivir en paz, ver lo que se debe hacer, cosa que no se consigue con los ojos, sino con una visión distinta.
16. Cuerpo, alma, inteligencia; propias del cuerpo, las sensaciones; del alma, los instintos; de la inteligencia, los principios. Recibir impresiones por medio de la imagen es propio también de las bestias, ser movido como un tÃtere por los instintos corresponde también a las fieras, a los andróginos, a Fálaris y a Nerón. Pero tener a la inteligencia como guÃa hacia los deberes aparentes pertenece también a los que no creen en los dioses, a los que abandonan su patria y a los que obran a su placer, una vez han cerrado las puertas. Por tanto, si lo restante es común a los seres mencionados, resta como peculiar del hombre excelente amar y abrazar lo que le sobreviene y se entrelaza con él. Y el no confundir ni perturbar jamás al Dios que tiene la morada dentro de su pecho con una multitud de imágenes, antes bien, velar para conservarse propicio, sumiso, disciplinadamente al Dios, sin mencionar una palabra contraria a la verdad, sin hacer nada contrario a la justicia. Y si todos los hombres desconfÃan de él, de que vive con sencillez, modestia y buen ánimo, no por ello se molesta con ninguno, ni se desvÃa del camino trazado que le lleva al fin de su vida, objetivo hacia el cual debe encaminarse, puro, tranquilo, liberado, sin violencias y en armonÃa con su propio destino.
LIBRO IV
1. El dueño interior, cuando está de acuerdo con la naturaleza, adopta, respecto a los acontecimientos, una actitud tal que siempre, y con facilidad, puede adaptarse a las posibilidades que se le dan. No tiene predilección por ninguna materia determinada, sino que se lanza instintivamente ante lo que se le presenta, con prevención, y convierte en materia para sà incluso lo que le era obstáculo; como el fuego, cuando se apropia de los objetos que caen sobre él, bajo los que una pequeña llama se habrÃa apagado. Pero un fuego resplandeciente con gran rapidez se familiariza con lo que se le arroja encima y lo consume totalmente levantándose a mayor altura con estos nuevos escombros.
2. Ninguna acción debe emprenderse al azar ni de modo divergente a la norma consagrada por el arte.
3. Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total. Y denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen orden. Concédete, pues, sin pausa, este retiro y recupérate. Sean breves y elementales los principios que, tan pronto los hayas localizado, te bastarán para recluirte en toda tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida ante las que te retiras. Porque, ¿contra quién te enojas? ¿Contra la ruindad de los hombres? Reconsidera este juicio: los seres racionales han nacido el uno para el otro, la tolerancia es parte de la justicia, sus errores son involuntarios. Reconsidera también cuántos, declarados ya enemigos, sospechosos u odiosos, atravesados por la lanza, están tendidos, reducidos a ceniza. Modérate de una vez. Pero, ¿estás molesto por el lote que se te asignó? Rememora la disyuntiva «o una providencia o átomos», y gracias a cuántas pruebas se ha demostrado que el mundo es como una ciudad. Pero, ¿te apresarán todavÃa las cosas corporales? Date cuenta de que el pensamiento no se mezcla con el hálito vital que se mueve suave o violentamente, una vez que se ha recuperado y ha comprendido su peculiar poder, y finalmente ten presente cuanto has oÃdo y aceptado respecto al pesar y al placer. ¿Acaso te arrastrará la vanagloria? Dirige tu mirada a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la gloria. Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el rinconcillo que habitamos? Y allÃ, ¿cuántos y qué clase de hombres te elogiarán? Te resta, pues, tenlo presente, el refugio que se halla en este diminuto campo de ti mismo. Y por encima de todo, no te atormentes ni te esfuerces en demasÃa; antes bien, sé hombre libre y mira las cosas como varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal. Y entre las máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos: una, que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera, desprovistas de temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión interior. Y la segunda, que todas esas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán. Piensa también constantemente de cuántas transformaciones has sido ya por casualidad testigo. «El mundo, alteración; la vida, opinión».
4. Si la inteligencia nos es común, también la razón, según la cual somos racionales, nos es común. Admitido eso, la razón que ordena lo que debe hacerse o evitarse, también es común. Concedido eso, también la ley es común. Convenido eso, somos ciudadanos. Aceptado eso, participamos de una ciudadanÃa. Si eso es asÃ, el mundo es como una ciudad. Pues, ¿de qué otra común ciudadanÃa se podrá afirmar que participa todo el género humano? De allÃ, de esta común ciudad, proceden tanto la inteligencia misma como la razón y la ley. O ¿de dónde? Porque al igual que la parte de tierra que hay en mà ha sido desgajada de cierta tierra, la parte húmeda, de otro elemento, la parte que infunde vida, de cierta fuente, y la parte cálida e Ãgnea de una fuente particular (pues nada viene de la nada, como tampoco nada desemboca en lo que no es), del mismo modo también la inteligencia procede de alguna parte.
5. La muerte, como el nacimiento, es un misterio de la naturaleza, combinación de ciertos elementos (y disolución) en ellos mismos. Y en suma, nada se da en ella por lo que uno podrÃa sentir vergüenza, pues no es la muerte contraria a la condición de un ser inteligente ni tampoco a la lógica de su constitución.
6. Es natural que estas cosas se produzcan necesariamente asà a partir de tales hombres. Y el que asà no lo acepta, pretende que la higuera no produzca su zumo. En suma, recuerda que dentro de brevÃsimo tiempo, tú y ése habréis muerto, y poco después, ni siquiera vuestro nombre perdurará.
7. Destruye la sospecha y queda destruido lo de «se me ha dañado»; destruye la queja de «se me ha dañado» y destruido queda el daño.
8. Lo que no deteriora al hombre, tampoco deteriora su vida y no le daña ni externa ni internamente.
9. La naturaleza de lo útil está obligada a producir eso.
10. «Que todo lo que acontece, justamente acontece.» Lo constatarás, si prestas la debida atención. No digo sólo que acontece consecuentemente, sino también según lo justo e incluso como si alguien asignara la parte correspondiente según el mérito. Sigue, pues, observando como al principio, y lo que hagas, hazlo con el deseo de ser un hombre cabal, de acuerdo con el concepto estricto del hombre cabal. Conserva esta norma en toda actuación.
11. No consideres las cosas tal como las juzga el hombre insolente o como quiere que las juzgues; antes bien, examÃnalas tal como son en realidad.
12. Hay que tener siempre a punto estas dos disposiciones: una la de ejecutar exclusivamente aquello que la razón de tu potestad real y legislativa te sugiera para favorecer a los hombres; otra, la de cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones. Sin embargo, preciso es que esta nueva orientación tenga siempre su origen en cierta convicción de justicia o de interés a la comunidad y los motivos inductores deben tener exclusivamente tales caracterÃsticas, no lo que parezca agradable o popular.
13. «¿Tienes razón?» «Tengo.» «¿Por qué, pues, no la utilizas?» «Pues si esto ya lo demuestra por sà solo, ¿qué más quieres?»
14. Subsistes como parte. Te desvanecerás en lo que te engendró; o mejor dicho, serás reasumido, mediante un proceso de transformación, dentro de tu razón generatriz.
15. Muchos pequeños granos de incienso se encuentran sobre el mismo altar; uno se consumió antes, el otro más tarde; y nada importa la diferencia.
16. Dentro de diez dÃas les parecerás un dios, a quienes das la impresión ahora de ser una bestia y un mono, si vuelves de nuevo a los principios y a la veneración de la razón.
17. No actúes en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad ineludible pende sobre ti. Mientras vives, mientras es posible, sé virtuoso.
18. Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo, hizo o pensó el vecino, sino exclusivamente qué hace él mismo, a fin de que su acción sea justa, santa o enteramente buena. No dirijas la mirada a negros caracteres, sino corre directo hacia la lÃnea de meta, sin desviarte.
19. El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se apagan. Mas suponte que son incluso inmortales los que de ti se acordarán, e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa el elogio? A no ser en algún caso, por cierta ventaja para la administración. Abandonas, pues, ahora, inoportunamente el don de la naturaleza que depende de una razón distinta...
20. Por lo demás, todo lo que es bello en cierto modo, bello es por sà mismo, y termina en sà mismo sin considerar el elogio como parte de sà mismo. En consecuencia, ni se empeora ni se mejora el objeto que se alaba. Afirmo esto incluso tratándose de cosas que bastante comúnmente se denominan bellas, como, por ejemplo, los objetos materiales y los objetos fabricados. Lo que en verdad es realmente bello, ¿de qué tiene necesidad? No más que la ley, la verdad, la benevolencia o el pudor. ¿Cuál de estas cosas es bella por el hecho de ser alabada o se destruye por ser criticada? ¿Se deteriora la esmeralda porque no se la elogie? ¿Y qué decir del oro, del marfil, de la púrpura, de la lira, del puñal, de la florecilla, del arbusto?
21. Si las almas perduran, ¿cómo, desde la eternidad, consigue el aire darles cabida? ¿Y cómo la tierra es capaz de contener los cuerpos de los que vienen enterrándose desde tantÃsimo tiempo? Pues al igual que aquÃ, después de cierta permanencia, la transformación y disolución de estos cuerpos cede el sitio a otros cadáveres, asà también las almas trasladadas a los aires, después de un perÃodo de residencia allÃ, se transforman, se dispersan y se inflaman reasumidas en la razón generatriz del conjunto, y, de esta manera, dejan sitio a las almas que viven en otro lugar. Esto podrÃa responderse en la hipótesis de la supervivencia de las almas. Y conviene considerar no sólo la multitud de cuerpos que asà se entierran, sino también la de los animales que cotidianamente comemos e incluso el resto de seres vivos. Pues, ¡cuán gran número es consumido y, en cierto modo, es sepultado en los cuerpos de los que con ellos se alimentan! Y, sin embargo, tienen cabida porque se convierten en sangre, se transforman en aire y fuego. ¿Cómo investigar la verdad sobre este punto? Mediante la distinción entre la causa material y la formal.
22. No te dejes zarandear; por el contrario, en todo impulso, corresponde con lo justo, y en toda fantasÃa, conserva la facultad de comprender.
23. Armoniza conmigo todo lo que para ti es armonioso, ¡oh, mundo! Ningún tiempo oportuno para ti es prematuro ni tardÃo para mÃ. Es fruto para mà todo lo que producen tus estaciones, oh naturaleza. De ti procede todo, en ti reside todo, todo vuelve a ti. Aquél dice: «¡Querida ciudad de Cécrope!» ¿Y tú no dirás: « ¡Ah, querida ciudad de Zeus!»?
24. «Abarca pocas actividades, dice, si quieres mantener el buen humor.» ¿No serÃa mejor hacer lo necesario y todo cuanto prescribe, y de la manera que lo prescribe, la razón del ser sociable por naturaleza? Porque este procedimiento no sólo procura buena disposición de ánimo para obrar bien, sino también el optimismo que proviene de estar poco ocupado. Pues la mayor parte de las cosas que decimos y hacemos, al no ser necesarias, si se las suprimiese reportarÃan bastante más ocio y tranquilidad. En consecuencia, es preciso recapacitar personalmente en cada cosa: ¿No estará esto entre lo que no es necesario? Y no sólo es preciso eliminar las actividades innecesarias, sino incluso las imaginaciones. De esta manera, dejarán de acompañarlas actividades superfluas.
25. Comprueba cómo te sienta la vida del hombre de bien que se contenta con la parte del conjunto que le ha sido asignada y que tiene suficiente con su propia actividad justa y con su benévola disposición.
26. ¿Hasta visto aquello? Ve también eso. No te aturdas. Muéstrate sencillo. ¿Yerra alguien? Yerra consigo mismo. ¿Te ha acontecido algo? Está bien. Todo lo que te sucede estaba determinado por el conjunto desde el principio y estaba tramado. En suma, breve es la vida. Debemos aprovechar el presente con buen juicio y justicia. Sé sobrio en relajarte.
27. O un mundo ordenado, o una mezcla confusa muy revuelta, pero sin orden. ¿Es posible que exista en ti cierto orden y, en cambio, en el todo desorden, precisamente cuando todo está tan combinado, ensamblado y solidario?
28. Carácter sombrÃo, carácter mujeril, carácter terco, feroz, brutal, pueril, indolente, falso, bufón, traficante, tiránico.
29. Si extraño al mundo es quien no conoce lo que en él hay, no menos extraño es también quien no conoce lo que en él acontece. Desterrado es el que huye de la razón social; ciego el que tiene cerrados los ojos de la inteligencia; mendigo el que tiene necesidad de otro y no tiene junto a sà todo lo que es necesario para vivir. Absceso del mundo el que renuncia y se aparta de la razón de la común naturaleza por el hecho de que está contrariado con lo que le acontece; pues produce eso aquella naturaleza que también a ti te produjo. Es un fragmento de la ciudad, el que separa su alma particular de la de los seres racionales, pues una sola es el alma.
30. El uno, sin túnica, vive como filósofo; el otro, sin libro; aquel otro, semidesnudo. «No tengo pan», dice, «pero persevero en la razón». Y yo tengo los recursos que proporcionan los estudios y no persevero.
31. Ama, admite el pequeño oficio que aprendiste; y pasa el resto de tu vida como persona que has confiado, con toda tu alma, todas tus cosas a los dioses, sin convertirte en tirano ni en esclavo de ningún hombre.
32. Piensa, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Verás siempre las mismas cosas: personas que se casan, crÃan hijos, enferman, mueren, hacen la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son orgullosos, recelan, conspiran, desean que algunos mueran, murmuran contra la situación presente, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los poderes reales. Pues bien, la vida de aquéllos ya no existe en ninguna parte. Pasa de nuevo ahora a los tiempos de Trajano: nos encontraremos con idéntica situación; también aquel vivir ha fenecido. De igual modo contempla también y dirige la mirada al resto de documentos de los tiempos y de todas las naciones; cuántos, tras denodados esfuerzos, cayeron poco después y se desintegraron en sus elementos. Y especialmente debes reflexionar sobre aquellas personas que tú mismo viste esforzarse en vano, y olvidaban hacer lo acorde con su particular constitución: perseverar sin descanso en esto y contentarse con esto. De tal modo es necesario tener presente que la atención adecuada a cada acción tiene su propio valor y proporción. Pues asà no te desanimarás, a no ser que ocupes más tiempo del apropiado en tareas bastante nimias.
33. Las palabras, antaño familiares, son ahora locuciones caducas. Lo mismo ocurre con los nombres de personas, que muy celebrados en otros tiempos, son ahora, en cierto modo, locuciones caducas: Camilo, Cesón, Voleso, Leonato; y, poco después, también Escipión y Catón; luego, también Augusto; después, Adriano y Antonino. Todo se extingue y poco después se convierte en legendario. Y bien pronto ha caÃdo en un olvido total. Y me refiero a los que, en cierto modo, alcanzaron sorprendente relieve; porque los demás, desde que expiraron, son desconocidos, no mentados. Pero, ¿qué es, en suma, el recuerdo sempiterno? Vaciedad total. ¿Qué es, entonces, lo que debe impulsar nuestro afán? Tan sólo eso: un pensamiento justo, unas actividades consagradas al bien común, un lenguaje incapaz de engañar, una disposición para abrazar todo lo que acontece, como necesario, como familiar, como fluyente del mismo principio y de la misma fuente.
34. ConfÃate gustosamente a Cloto y déjala tejer la trama con los sucesos que quiera.
35. Todo es efÃmero: el recuerdo y el objeto recordado.
36. Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habitúate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del conjunto como cambiar las cosas existentes y crear nuevos seres semejantes. Todo ser, en cierto modo, es semilla del que de él surgirá. Pero tú sólo te imaginas las semillas que se echan en tierra o en una matriz. Y eso es ignorancia excesiva.
37. Estarás muerto en seguida, y aún no eres ni sencillo, ni imperturbable, ni andas sin recelo de que puedan dañarte desde el exterior, ni tampoco eres benévolo para con todos, ni cifras la sensatez en la práctica exclusiva de la justicia.
38. Examina con atención sus guÃas interiores e indaga qué evitan los sabios y qué persiguen.
39. No consiste tu mal en un guÃa interior ajeno ni tampoco en una variación y alteración de lo que te circunda. ¿En qué, pues? En aquello en ti que opina sobre los males. Por tanto, que no opine esa parte y todo va bien. Y aun en el caso de que su más cercano vecino, el cuerpo, sea cortado, quemado, alcanzado por el pus podrido, permanezca con todo tranquila la pequeña parte que sobre eso opina, es decir, no juzgue ni malo ni bueno lo que igualmente puede acontecer a un hombre malo y a uno bueno. Porque lo que acontece tanto al que vive conforme a la naturaleza como al que vive contra ella, eso ni es conforme a la naturaleza ni contrario a ella.
40. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de sentir, la suya, y cómo todo lo hace con un sólo impulso, y cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.
41. «Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver», como decÃa Epicteto.
42. Ningún mal acontece a lo que está en curso de transformación, como tampoco ningún bien a lo que nace a consecuencia de un cambio. 43. El tiempo es un rÃo y una corriente impetuosa de acontecimientos. Apenas se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta otra, y ésta también va a ser arrastrada.
44. Todo lo que acontece es tan habitual y bien conocido como la rosa en primavera y los frutos en verano; algo parecido ocurre con la enfermedad, la muerte, la difamación, la conspiración y todo cuanto alegra o aflige a los necios.
45. Las consecuencias están siempre vinculadas con los antecedentes; pues no se trata de una simple enumeración aislada y que contiene tan sólo lo determinado por la necesidad, sino de una combinación racional. Y al igual que las cosas que existen tienen una coordinación armónica, asà también los acontecimientos que se producen manifiestan no una simple sucesión, sino cierta admirable afinidad.
46. Tener siempre presente la máxima de Heráclito: «La muerte de la tierra es convertirse en agua, la muerte del agua es convertirse en aire, la muerte del aire es convertirse en fuego, e inversamente». Y recordar también lo del que olvida adónde conduce el camino. Y asimismo que «con aquello que más frecuente trato tienen, a saber, con la razón que gobierna el conjunto del universo, con esto disputan, y les parecen extrañas las cosas que a diario les suceden». Y además: «No hay que actuar y hablar como durmiendo», pues también entonces nos parece que actuamos y hablamos. Y que «no hay que ser como hijos de los padres», es decir, aceptar las cosas de forma simple, como las has heredado.
47. Como si un dios te hubiese dicho: «Mañana morirás o, en todo caso, pasado mañana», no habrÃas puesto mayor empeño en morir pasado mañana que mañana, a menos que fueras extremadamente vil. (Porque, ¿cuánta es la diferencia?). De igual modo, no consideres de gran importancia morir al cabo de muchos años en vez de mañana.
48. Considera sin cesar cuántos médicos han muerto después de haber fruncido el ceño repetidas veces sobre sus enfermos; cuántos astrólogos, después de haber vaticinado, como hecho importante, la muerte de otros; cuántos filósofos, después de haber sostenido innumerables discusiones sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos jefes, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos, tras haber abusado, como si fueran inmortales, con tremenda arrogancia, de su poder sobre vidas ajenas, y cuántas ciudades enteras, por asà decirlo, han muerto: Hélice, Pompeya, Herculano y otras incontables. Remóntate también, uno tras otro, a todos cuantos has conocido. Éste, después de haber tributado los honores fúnebres a aquél, fue sepultado seguidamente por otro; y asà sucesivamente. Y todo en poco tiempo. En suma, examina siempre las cosas humanas como efÃmeras y carentes de valor: ayer, una moquita; mañana, momia o ceniza. Por tanto, recorre este pequeñÃsimo lapso de tiempo obediente a la naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que, llegada a la sazón, caerÃa elogiando a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al árbol que la produjo.
49. Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan las olas. Éste se mantiene firme, y en torno a él se adormece la espuma del oleaje. «¡Desdichado de mÃ, porque me aconteció eso!» Pero no, al contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado por el futuro.» Porque algo semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominas, en suma, desgracia de un hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es peculiar? Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: No es eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad.
50. Remedio sencillo, pero con todo eficaz, para menospreciar la muerte es recordar a los que se han apegado con tenacidad a la vida. ¿Qué más tienen que los que han muerto prematuramente? En cualquier caso yacen en alguna parte Cadiciano, Fabio, Juliano, Lépido y otros como ellos, que a muchos llevaron a la tumba, para ser también ellos llevados después. En suma, pequeño es el intervalo de tiempo; y ese, ¡a través de cuántas fatigas, en compañÃa de qué tipo de hombres y en qué cuerpo se agota! Luego no lo tengas por negocio. Mira detrás de ti el abismo de la eternidad y delante de ti otro infinito. A la vista de eso, ¿en qué se diferencian el niño que ha vivido tres dÃas y el que ha vivido tres veces más que Gereneo?
51. Corre siempre por el camino más corto, y el más corto es el que discurre de acuerdo con la naturaleza. En consecuencia, habla y obra en todo de la manera más sana, pues tal propósito libera de las aflicciones, de la disciplina militar, de toda preocupación administrativa y afectación.
LIBRO V
1. Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda puntual a ti este pensamiento: «Despierto para cumplir una tarea propia de hombre.» ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traÃdo al mundo? ¿O es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños cobertores? «Pero eso es más agradable». ¿Has nacido, pues, para deleitarte? Y, en suma, ¿has nacido para la pasividad o para la actividad? ¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas, cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del mundo? Y tú entonces, ¿rehúsas hacer lo que es propio del hombre? ¿No persigues con ahÃnco lo que está de acuerdo con tu naturaleza? «Mas es necesario también reposar.» Lo es; también yo lo mantengo. Pero también la naturaleza ha marcado lÃmites al reposo, como también ha fijado lÃmites en la comida y en la bebida, y a pesar de eso, ¿no superas la medida, excediéndote más de lo que es suficiente? Y en tus acciones no sólo no cumples lo suficiente, sino que te quedas por debajo de tus posibilidades. Por consiguiente, no te amas a ti mismo, porque ciertamente en aquel caso amarÃas tu naturaleza y su propósito. Otros, que aman su profesión, se consumen en el ejercicio del trabajo idóneo, sin lavarse y sin comer. Pero tú estimas menos tu propia naturaleza que el cincelador su cincel, el danzarÃn su danza, el avaro su dinero, el presuntuoso su vanagloria. Estos, sin embargo, cuando sienten pasión por algo, ni comer ni dormir quieren antes de haber contribuido al progreso de aquellos objetivos a los que se entregan. Y a ti, ¿te parecen las actividades comunitarias desprovistas de valor y merecedoras de menor atención?
2. ¡Cuán fácil es rechazar y borrar toda imaginación molesta o impropia, e inmediatamente encontrarse en una calma total!
3. Júzgate digno de toda palabra y acción acorde con la naturaleza; y no te desvÃe de tu camino la crÃtica que algunos suscitarán o su propósito; por el contrario, si está bien haber actuado y haber hablado, no te consideres indigno. Pues aquéllos tienen su guÃa particular y se valen de su particular inclinación. Mas no codicies tú esas cosas; antes bien, atraviesa el recto camino consecuente con tu propia naturaleza y con la naturaleza común; pues el camino de ambas es único.
4. Camino siguiendo las sendas acordes con la naturaleza, hasta caer y al fin descansar, expirando en este aire que respiro cada dÃa y cayendo en esta tierra de donde mi padre recogió la semilla, mi madre la sangre y mi nodriza la leche; de donde, cada dÃa, después de tantos años, me alimento y refresco, que me sostiene, mientras camino, y que me aprovecha de tantas maneras.
5. «No pueden admirar tu perspicacia.» Está bien. Pero existen otras muchas cualidades sobre las que no puedes decir: «No tengo dotes naturales.» Procúrate, pues, aquellas que están enteramente en tus manos: la integridad, la gravedad, la resistencia al esfuerzo, el desprecio a los placeres, la resignación ante el destino, la necesidad de pocas cosas, la benevolencia, la libertad, la sencillez, la austeridad, la magnanimidad. ¿No te das cuenta de cuántas cualidades puedes procurarte ya, respecto a las cuales ningún pretexto tienes de incapacidad natural ni de insuficiente aptitud? Con todo, persistes todavÃa por propia voluntad por debajo de tus posibilidades. ¿Acaso te ves obligado a refunfuñar, a ser mezquino, a adular, a echar las culpas a tu cuerpo, a complacerte, a comportarte atolondradamente, a tener tu alma tan inquieta a causa de tu carencia de aptitudes naturales? No, por los dioses. Tiempo ha que pudiste estar libre de estos defectos, y tan sólo ser acusado tal vez de excesiva lentitud y torpeza de comprensión. Pero también esto es algo que debe ejercitarse, sin menospreciar la lentitud ni complacerse en ella.
6. Existe cierto tipo de hombre que, cuando ha hecho un favor a alguien, está dispuesto también a cargarle en cuenta el favor; mientras que otra persona no está dispuesta a proceder asÃ. Pero, con todo, en su interior, le considera como si fuera un deudor y es consciente de lo que ha hecho. Un tercero ni siquiera, en cierto modo, es consciente de lo que ha hecho, sino que es semejante a una vid que ha producido racimos y nada más reclama después de haber producido el fruto que le es propio, como el caballo que ha corrido, el perro que ha seguido el rastro de la pieza o la abeja que ha producido miel. AsÃ, el hombre que hizo un favor, no persigue un beneficio, sino que lo cede a otro, del mismo modo que la vid se aplica a producir nuevos racimos a su debido tiempo. Luego, ¿es preciso encontrarse entre los que proceden asÃ, en cierto modo, inconscientemente? «SÃ, pero hay que darse cuenta de esto mismo; porque es propio del ser sociable, manifiesta, darse cuenta de que obra de acuerdo y conforme al bien común, y, ¡por Zeus!, lo es también querer que su asociado se dé cuenta.» Cierto es lo que dices, pero tergiversas lo que acabo de decir. Por ello tú serás uno de aquellos de los que anteriormente hice mención, pues aquellos también se dejan extraviar por cierta verisimilitud lógica. Y si intentas comprender el sentido de mis palabras, no temas por eso omitir cualquier acción útil a la sociedad.
7. Súplica de los atenienses: «EnvÃanos la lluvia, envÃanos la lluvia, Zeus amado, sobre nuestros campos de cultivo y llanuras.» O no hay que rezar, o hay que hacerlo asÃ, con sencillez y espontáneamente.
8. Como suele decirse: «Asclepio le ordenó la equitación, los baños de agua frÃa, el caminar descalzo», de modo similar también eso: «La naturaleza universal ha ordenado para éste una enfermedad o una mutilación o una pérdida de un órgano o alguna otra cosa semejante.» Pues allà el término «ordenó» significa algo asà como: «te ha prescrito este tratamiento como apropiado para recobrar la salud». Y aquÃ: «lo que sucede a cada uno le ha sido, en cierto modo, asignado como correspondiente a su destino». Asà también nosotros decimos que lo que nos acontece nos conviene, al igual que los albañiles suelen decir que en las murallas o en las pirámides las piedras cuadrangulares se ensamblan unas con otras armoniosamente según determinado tipo de combinación. En resumen, armonÃa no hay más que una, y del mismo modo que el mundo, cuerpo de tales dimensiones, se complementa con los cuerpos, asà también el Destino, causa de tales dimensiones, se complementa con todas las causas. E incluso, los más ignorantes comprenden mis palabras. Pues dicen: «esto le deparaba el Destino». Por consiguiente, esto le era llevado y esto le era asignado. Aceptemos, pues, estos sucesos como las prescripciones de Asclepio. Muchas son, en efecto, entre aquéllas, duras, pero las abrazamos con la esperanza de la salud. Ocasione en ti impresión semejante el cumplimiento y consumación de lo que decide la naturaleza común, como si se tratara de tu propia salud. Y del mismo modo abraza también todo lo que acontece, aunque te parezca duro, porque conduce a aquel objetivo, a la salud del mundo, al progreso y bienestar de Zeus. Pues no habrÃa deparado algo asà a éste, de no haber importado al conjunto; porque la naturaleza, cualquiera que sea, nada produce que no se adapte al ser gobernado por ella. Por consiguiente, conviene amar lo que te acontece por dos razones: Una, porque para ti se hizo, y a ti se te asignó y, en cierto modo, a ti estaba vinculado desde arriba, encadenado por causas muy antiguas; y en segundo lugar, porque lo que acontece a cada uno en particular es causa del progreso, de la perfección y ¡por Zeus! de la misma continuidad de aquél que gobierna el conjunto del universo. Pues queda mutilado el conjunto entero, caso de ser cortada, aunque mÃnimamente, su conexión y continuidad, tanto de sus partes como de sus causas. Y, en efecto, quiebras dicha trabazón, en la medida que de ti depende, siempre que te disgustas y, en cierto modo, la destruyes.
9. No te disgustes, ni desfallezcas, ni te impacientes, si no te resulta siempre factible actuar de acuerdo con rectos principios. Por el contrario, cuando has sido rechazado, reemprende la tarea con renovado Ãmpetu y date por satisfecho si la mayor parte de tus acciones son bastante más humanas y ama aquello a lo que de nuevo encaminas tus pasos, y no retornes a la filosofÃa como a un maestro de escuela, sino como los que tienen una dolencia en los ojos se encaminan a la esponjita y al huevo, como otro acude a la cataplasma, como otro a la loción. Pues asà no pondrás de manifiesto tu sumisión a la razón, sino que reposarás en ella. Recuerda también que la filosofÃa sólo quiere lo que tu naturaleza quiere, mientras que tú querÃas otra cosa no acorde con la naturaleza. Porque, ¿qué cosa es más agradable que esto?, ¿no nos seduce el placer por su atractivo? Mas examina si es más agradable la magnanimidad, la libertad, la sencillez, la benevolencia, la santidad. ¿Existe algo más agradable que la propia sabidurÃa, siempre que consideres que la estabilidad y el progreso proceden en todas las circunstancias de la facultad de la inteligencia y de la ciencia?
10. Las cosas se hallan, en cierto modo, en una envoltura tal, que no pocos filósofos, y no unos cualquiera, han creÃdo que son absolutamente incomprensibles; es más, incluso los mismos estoicos las creen difÃciles de comprender. Todo asentimiento nuestro está expuesto a cambiar; pues, ¿dónde está el hombre que no cambia? Pues bien, encamina tus pasos a los objetos sometidos a la experiencia; ¡cuán efÃmeros son, sin valor y capaces de estar en posesión de un libertino, de una prostituta o de un pirata! A continuación, pasa a indagar el carácter de los que contigo viven: a duras penas se puede soportar al más agradable de éstos, por no decir que incluso a sà mismo se soporta uno con dificultad. AsÃ, pues, en medio de tal oscuridad y suciedad, y de tan gran flujo de la sustancia y del tiempo, del movimiento y de los objetos movidos, no concibo qué cosa puede ser especialmente estimada o, en suma, objeto de nuestros afanes. Por el contrario, es preciso exhortarse a sà mismo y esperar la desintegración natural, y no inquietarse por su demora, sino calmarse con estos únicos principios: uno, que nada me ocurrirá no acorde con la naturaleza del conjunto; y otro, que tengo la posibilidad de no hacer nada contrario a mi Dios y Genio interior. Porque nadie me forzará a ir contra éste.
11. ¿Para qué me sirve ahora mi alma? En toda ocasión, plantearme esta pregunta e indagar qué tengo ahora en esa parte que precisamente llaman guÃa interior, y de quién tengo alma en el momento presente. ¿Acaso de un niño, de un jovencito, de una mujercita, de un tirano, de una bestia, de una fiera?
12. Cuáles son las cosas que el vulgo considera buenas, podrÃas comprenderlo por lo siguiente. Porque si alguien pensara de verdad que ciertas cosas son buenas, como la sabidurÃa, la prudencia, la justicia, la valentÃa, después de una comprensión previa de estos conceptos, no serÃa capaz de oÃr eso de: «tan cargado está de bienes», pues no armonizarÃa con él tal rasgo. Mientras que si uno concibe previamente lo que el vulgo reputa por bueno, oirá y aceptará fácilmente como designación apropiada lo que el poeta cómico dice. ¡Hasta tal punto el vulgo intuye la diferencia! En efecto, este verso no dejarÃa de chocar ni de ser repudiado, mientras que aquél, tratándose de la riqueza y buena fortuna que conducen al lujo o a la fama, lo acogemos como pronunciado apropiada y elegantemente. Prosigue, pues, y pregunta si deben estimarse e imaginarse tales cosas como buenas, esas que si se evaluaran apropiadamente, se podrÃa concluir que su poseedor, debido a la abundancia de bienes, «no tiene dónde evacuar».
13. He sido compuesto de causa formal y materia; ninguno de esos dos elementos acabará en el no ser, del mismo modo que tampoco surgieron del no ser. Por consiguiente, cualquier parte mÃa será asignada por transformación a una parte del universo; a su vez aquélla se transformará en otra parte del universo, y asà hasta el infinito. Y por una transformación similar nacà yo, y también mis progenitores, siendo posible remontamos hasta otro infinito. Porque nada impide hablar asÃ, aunque el universo sea gobernado por perÃodos limitados.
14. La razón y el método lógico son facultades autosuficientes para sà y para las operaciones que les conciernen. Parten, en efecto, del principio que les es propio y caminan hacia un fin preestablecido; por eso tales actividades se denominan «acciones rectas», porque indican la rectitud del camino.
15. Ninguna de las cosas que no competen al hombre, en tanto que es hombre, debe éste observar. No son exigencias del hombre, ni su naturaleza las anuncia, ni tampoco son perfecciones de la naturaleza del hombre. Pues bien, tampoco reside en ellas el fin del hombre, ni tampoco lo que contribuye a colmar el fin: el bien. Es más, si alguna de estas cosas concerniera al hombre, no serÃa de su incumbencia menospreciarlas ni sublevarse contra ellas; tampoco podrÃa ser elogiado el hombre que se presentase como sin necesidad de ellas ni serÃa bueno el hombre propenso a actuar por debajo de sus posibilidades en alguna de ellas, si realmente ellas fueran bienes. Pero ahora, cuanto más se despoja uno de estas cosas u otras semejantes o incluso soporta ser despojado de una de ellas, tanto más es hombre de bien.
16. Como formes tus imaginaciones en repetidas veces, tal será tu inteligencia, pues el alma es teñida por sus imaginaciones. TÃñela, pues, con una sucesión de pensamientos como éstos: donde es posible vivir, también allà se puede vivir bien y es posible vivir en palacio, luego es posible también vivir bien en palacio. Y asimismo que cada ser tiende hacia el fin por el cual ha sido constituido y en virtud del cual ha sido constituido. Y donde está el fin, allà también el interés y el bien de cada uno se encuentra. Naturalmente, el bien de un ser racional es la comunidad. Que efectivamente hemos nacido para vivir en comunidad, tiempo ha que ha sido demostrado. ¿No estaba claro que los seres inferiores existen con vistas a los superiores, y éstos para ayudarse mutuamente? Y los seres animados son superiores a los inanimados, y los racionales superiores a los animados.
17. Perseguir lo imposible es propio de locos; pero es imposible que los necios dejen de hacer algunas necedades.
18. A nadie sucede nada que no pueda por su naturaleza soportar. A otro le acontece lo mismo y, ya sea por ignorancia de lo ocurrido, ya sea por alardear de magnanimidad, se mantiene firme y resiste sin daño. Es terrible, en efecto, que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas que la sabidurÃa.
19. Las cosas por sà solas no tocan en absoluto el alma ni tienen acceso a ella ni pueden girarla ni moverla. Tan sólo ella se gira y mueve a sà misma, y hace que las cosas sometidas a ella sean semejantes a los juicios que estime dignos de sÃ.
20. En un aspecto el hombre es lo más estrechamente vinculado a nosotros, en tanto que debemos hacerles bien y soportarlos. Pero en cuanto que algunos obstaculizan las acciones que nos son propias, se convierte el hombre en una de las cosas indiferentes para mÃ, no menos que el sol, el viento o la bestia. Y por culpa de éstos podrÃa obstaculizarse alguna de mis actividades, pero gracias a mi instinto y a mi disposición no son obstáculos, debido a mi capacidad de selección y de adaptación a las circunstancias. Porque la inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza su actividad encaminada al objetivo propuesto, y se convierte en acción lo que retenÃa esta acción, y en camino lo que obstaculizaba este camino.
21. Respeta lo más excelente que hay en el mundo; y eso es lo que se sirve de todo y cuida de todo. E igualmente estima lo más excelente que en ti reside; y eso es del mismo género que aquello. Y en ti lo que aprovecha a los demás es eso y eso es lo que gobierna tu vida.
22. Lo que no es dañino a la ciudad, tampoco daña al ciudadano. Siempre que imagines que has sido vÃctima de un daño, procúrate este principio: si la ciudad no es dañada por eso, tampoco yo he sido dañado. Pero si la ciudad es dañada, ¿no debes irritarte con el que daña a la ciudad? ¿Qué justifica tu negligencia?
23. Reflexiona repetidamente sobre la rapidez de tránsito y alejamiento de los seres existentes y de los acontecimientos. Porque la sustancia es como un rÃo en incesante fluir, las actividades están cambiando de continuo y las causas sufren innumerables alteraciones. Casi nada persiste y muy cerca está este abismo infinito del pasado y del futuro, en el que todo se desvanece. ¿Cómo, pues, no va a estar loco el que en estas circunstancias se enorgullece, se desespera o se queja en base a que sufrió alguna molestia cierto tiempo e incluso largo tiempo?
24. Recuerda la totalidad de la sustancia, de la que participas mÃnimamente, y la totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un intervalo breve e insignificante, y del destino, del cual, ¿qué parte ocupas?
25. ¿Comete otro una falta contra m� Él verá. Tiene su peculiar disposición, su peculiar modo de actuar. Tengo yo ahora lo que la común naturaleza quiere que tenga ahora, y hago lo que mi naturaleza quiere que ahora haga.
26. Sea el guÃa interior y soberano de tu alma una parte indiferente al movimiento, suave o áspero, de la carne, y no se mezcle, sino que se circunscriba, y limite aquellas pasiones a los miembros. Y cuando éstas progresen y alcancen la inteligencia, por efecto de esa otra simpatÃa, como en un cuerpo unificado, entonces no hay que enfrentarse a la sensación, que es natural, pero tampoco añada el guÃa interior de por sà la opinión de que se trata de un bien o de un mal.
27. «Convivir con los dioses.» Y convive con los dioses aquel que constantemente les demuestra que su alma está satisfecha con la parte que le ha sido asignada, y hace. todo cuanto quiere el genio divino, que, en calidad de protector y guÃa, fracción de sà mismo, asignó Zeus a cada uno. Y esta divinidad es la inteligencia y razón de cada uno.
28. ¿Te sientes molesto con el que huele a macho cabrÃo? ¿Te molestas con el hombre al que le huele el aliento? ¿Qué puede hacer? Asà es su boca, asà son sus axilas; es necesario que tal emanación salga de tales causas. «Mas el hombre tiene razón, afirma, y puede comprender, si reflexiona, la razón de que moleste.» ¡Sea enhorabuena! Pues también tú tienes razón. Incita con tu disposición lógica su disposición lógica, hazle comprender, sugiérele. Pues si te atiende, le curarás y no hay necesidad de irritarse. Ni actor trágico ni prostituta.
29. Tal como proyectas vivir después de partir de aquÃ, asà te es posible vivir en este mundo; pero caso de que no te lo permitan, entonces sal de la vida, pero convencido de que no sufres ningún mal. Hay humo y me voy. ¿Por qué consideras eso un negocio? Mientras nada semejante me eche fuera, permanezco libre y nadie me impedirá hacer lo que quiero. Y yo quiero lo que está de acuerdo con la naturaleza de un ser vivo racional y sociable.
30. La inteligencia del conjunto universal es sociable. AsÃ, por ejemplo, ha hecho las cosas inferiores en relación con las superiores y ha armonizado las superiores entre sÃ. Ves cómo ha subordinado, coordinado y distribuido a cada uno según su mérito, y ha reunido los seres superiores con el objeto de una concordia mutua.
31. ¿Cómo te has comportado hasta la fecha con los dioses, con tus padres, tus hermanos, tu mujer, tus hijos, tus maestros, tus preceptores, tus amigos, tus familiares, tus criados? ¿Acaso en el trato con todos hasta ahora te es aplicable lo de: «Ni hacer mal a nadie ni decirlo»? Recuerda también por qué lugares has cruzado y qué fatigas has sido capaz de aguantar; y asimismo que la historia de tu vida está ya colmada y tu servicio cumplido; y cuántas cosas bellas has visto, cuántos placeres y dolores has desdeñado, cuántas ambiciones de gloria has ignorado; con cuántos insensatos te has comportado con deferencia.
32. ¿Por qué almas rudas e ignorantes confunden un alma instruida y sabia? ¿Cuál es, pues, un alma instruida y sabia? La que conoce el principio y el fin y la razón que abarca la sustancia del conjunto y que, a lo largo de toda la eternidad, gobierna el Todo de acuerdo con ciclos determinados.
33. Dentro de poco, ceniza o esqueleto, y o bien un nombre o ni siquiera un nombre; y el nombre, un ruido y un eco. E incluso las cosas más estimadas en la vida son vacÃas, podridas, pequeñas, perritos que se muerden, niños que aman la riña, que rÃen y al momento lloran. Pues la confianza, el pudor, la justicia y la verdad, «al Olimpo, lejos de la tierra de anchos caminos». ¿Qué es, pues, lo que todavÃa te retiene aquÃ, si las cosas sensibles son cambiantes e inestables, si los sentidos son ciegos y susceptibles de recibir fácilmente falsas impresiones, y el mismo hálito vital es una exhalación de la sangre, y la buena reputación entre gente asà algo vacÃo? ¿Qué, entonces? ¿Aguardarás benévolo tu extinción o tu traslado. Mas, en tanto se presenta aquella oportunidad, ¿qué basta? ¿Y qué otra cosa sino venerar y bendecir a los dioses, hacer bien a los hombres, soportarles y abstenerse? Y respecto a cuanto se halla dentro de los lÃmites de tu carne y hálito vital, recuerda que eso ni es tuyo ni depende de ti.
34. Puedes encauzar bien tu vida, si eres capaz de caminar por la senda buena, si eres capaz de pensar y actuar con método. Esas dos cosas son comunes al alma de Dios, a la del hombre y a la de todo ser racional: el no ser obstaculizado por otro, el cifrar el bien en una disposición y actuación justa y el poner fin a tu aspiración aquÃ.
35. Si eso ni es maldad personal ni resultado de mi ruindad ni perjudica a la comunidad, ¿a qué inquietarme por ello?, ¿ y cuál es el daño a la comunidad?
36. No te dejes arrastrar totalmente por la imaginación; antes bien, presta ayuda en la medida de tus posibilidades y según su mérito; y aunque estén en inferioridad en las cosas mediocres, no imagines, sin embargo, que eso es dañino, pues serÃa un mal hábito. Y al igual que el anciano que, al irse, pedÃa la peonza de su pequeño, teniendo presente que era una peonza, también tu procede asÃ. Luego te encuentras en la tribuna gritando. Hombre, ¿es que has olvidado de qué se trataba? «SÃ, pero otros en esas cosas ponen gran empeño.» ¿Acaso por eso, vas tú también a enloquecer?
LIBRO VI
1. La sustancia del conjunto universal es dócil y maleable. Y la razón que la gobierna no tiene en sà ningún motivo para hacer mal, pues no tiene maldad, y ni hace mal alguno ni nada recibe mal de aquélla. Todo se origina y llega a su término de acuerdo con ella.
2. Sea indiferente para ti pasar frÃo o calor, si cumples con tu deber, pasar la noche en vela o saciarte de dormir, ser criticado o elogiado, morir o hacer otra cosa. Pues una de las acciones de la vida es también aquella por la cual morimos. En efecto, basta también para este acto «disponer bien el presente».
3. Mira el interior; que de ninguna cosa te escape ni su peculiar cualidad ni su mérito.
4. Todas las cosas que existen rapidÃsimamente se transformarán y, o se evaporarán, si la sustancia es una, o se dispersarán.
S. La razón que gobierna sabe cómo se encuentra, qué hace y sobre qué materia.
6. La mejor manera de defenderte es no asimilarte a ellos.
7. RegocÃjate y descansa en una sola cosa: en pasar de una acción útil a la sociedad a otra acción útil a la sociedad, teniendo siempre presente a Dios.
8. El guÃa interior es lo que se despierta a sà mismo, se gira y se hace a sà mismo como quiere, y hace que todo acontecimiento le aparezca tal como él quiere.
9. Todas y cada una de las cosas llegan a su término de acuerdo con la naturaleza del conjunto, y no según otra naturaleza que abarque el mundo exteriormente, o esté incluida en su interior, o esté desvinculada en el exterior.
10. Barullo, entrelazamiento y dispersión, o bien unión, orden y previsión. Si efectivamente es lo primero, ¿por qué deseo demorar mi estancia en una azarosa mezcla y confusión tal? ¿Y por qué va a importarme otra cosa que no sea saber cómo «convertirme un dÃa en tierra»? ¿Y por qué turbarme? Pues la dispersión me alcanzará, haga lo que haga. Y si es lo segundo, venero, persisto y confÃo en el que gobierna.
11. Siempre que te veas obligado por las circunstancias como a sentirte confuso, retorna a ti mismo rápidamente y no te desvÃes fuera de tu ritmo más de lo necesario. Pues serás bastante más dueño de la armonÃa gracias a tu continuo retomar a la misma.
12. Si tuvieras simultáneamente una madrastra y una madre, atenderÃas a aquélla, pero con todo las visitas a tu madre serÃan continuas. Eso tienes tú ahora: el palacio y la filosofÃa. AsÃ, pues, retorna a menudo a ella y en ella reposa; gracias a ésta, las cosas de allà te parecen soportables y tú eres soportable entre ellos.
13. Al igual que se tiene un concepto de las carnes y pescados y comestibles semejantes, sabiendo que eso es un cadáver de pez, aquello cadáver de un pájaro o de un cerdo; y también que el Falerno es zumo de uva, y la toga pretexta lana de oveja teñida con sangre de marisco; y respecto a la relación sexual, que es una fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión. ¡Cómo, en efecto, estos conceptos alcanzan sus objetos y penetran en su interior, de modo que se puede ver lo que son! De igual modo es preciso actuar a lo largo de la vida entera, y cuando las cosas te dan la impresión de ser dignas de crédito en exceso, desnúdalas y observa su nulo valor, y despójalas de la ficción, por la cual se vanaglorian. Pues el orgullo es un terrible embaucador de la razón, y cuando piensas ocuparte mayormente de las cosas serias, entonces, sobre todo, te embauca. Mira, por ejemplo, qué dice Crates acerca del mismo Jenócrates.
14. La mayor parte de las cosas que el vulgo admira se refieren a las más generales, a las constituidas por una especie de ser o naturaleza: piedras, madera, higueras, vides, olivos. Las personas un poco más comedidas tienden a admirar los seres animados, como los rebaños de vacas, ovejas o, sencillamente, la propiedad de esclavos. Y las personas todavÃa más agraciadas, las cosas realizadas por el espÃritu racional, mas no el universal, sino aquél en tanto que es hábil en las artes o ingenioso de otra maneras [o simplemente capaz de adquirir multitud de esclavos]. Pero el que honra el alma racional universal y social no vuelve su mirada a ninguna de las restantes cosas, y ante todo, procura conservar su alma en disposición y movimiento acorde con la razón y el bien común, y colabora con su semejante para alcanzar ese objetivo.
15. Unas cosas ponen siempre su empeño en llegar a ser, otras ponen su afán en persistir, pero una parte de lo que llega a ser se extinguió ya. Flujos y alteraciones renuevan incesantemente el mundo, al igual que el paso ininterrumpido del tiempo proporciona siempre nueva la eternidad infinita. En medio de ese rÃo, sobre el cual no es posible detenerse, ¿qué cosa entre las que pasan corriendo podrÃa estimarse? Como si alguien empezara a enamorarse de uno de los gorrioncillos que vuelan a nuestro alrededor, y él ya ha desaparecido de nuestros ojos. Tal es en cierto modo la vida misma de cada uno, como la exhalación de la sangre y la inspiración de aire. Pues, cual el inspirar una vez el aire y expulsarlo, cosa que hacemos a cada momento, tal es también el devolver allÃ, de donde la sacaste por primera vez, toda la facultad respiratoria, que tú adquiriste ayer o anteayer, recién venido al mundo.
16. Ni es meritorio transpirar como las plantas, ni respirar como el ganado y las fieras, ni ser impresionado por la imaginación, ni ser movido como una marioneta por los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni alimentarse; pues eso es semejante a la evacuación de las sobras de la comida. ¿Qué vale la pena, entonces? ¿Ser aplaudido? No. Por consiguiente, tampoco ser aplaudido por golpeteo de lenguas, que las alabanzas del vulgo son golpeteo de lenguas. Por tanto, has renunciado también a la vanagloria. ¿Qué queda digno de estima? Opino que el moverse y mantenerse de acuerdo con la propia constitución, fin al que conducen las ocupaciones y las artes. Porque todo arte apunta a este objetivo, a que la cosa constituida sea adecuada a la obra que ha motivado su constitución. Y tanto el hombre que se ocupa del cultivo de la vid, como el domador de potros, y el que amaestra perros, persiguen este resultado. ¿Y a qué objetivo tienden con ahÃnco los métodos de educación y enseñanza? A la vista está, pues, lo que es digno de estima. Y si en eso tienes éxito, ninguna otra cosa te preocupará. ¿Y no cesarás de estimar otras muchas cosas? Entonces ni serás libre, ni te bastarás a ti mismo, ni estarás exento de pasiones. Será necesario que envidies, tengas celos, receles de quienes pueden quitarte aquellos bienes, y tendrás necesidad de conspirar contra los que tienen lo que tú estimas. En suma, forzosamente la persona falta de alguno de aquellos bienes estará turbada y además censurará muchas veces a los dioses. Mas el respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu lado y concordante con los dioses, esto es, un hombre que ensalza cuanto aquéllos reparten y han asignado.
17. Hacia arriba, hacia abajo, en cÃrculo, son los movimientos de los elementos. Mas el movimiento de la virtud no se halla entre ninguno de esos, sino que es algo un tanto divino y sigue su curso favorable por una senda difÃcil de concebir.
18. ¡Curiosa actuación! No quieren hablar bien de los hombres de su tiempo y que viven a su lado, y, en cambio, tienen en gran estima ser elogiados por las generaciones venideras, a quienes nunca vieron ni verán. Eso viene a ser como si te afligieras, porque tus antepasados no han tenido para ti palabras de elogio.
19. No pienses, si algo te resulta difÃcil y penoso, que eso sea imposible para el hombre; antes bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa que también está a tu alcance.
20. En los ejercicios del gimnasio, alguien nos ha desgarrado con sus uñas y nos ha herido con un cabezazo. Sin embargo, ni lo ponemos de manifiesto, ni nos disgustamos, ni sospechamos más tarde de él como conspirador. Pero sà ciertamente nos ponemos en guardia, mas no como si se tratara de un enemigo ni con recelo, sino esquivándole benévolamente. Algo parecido ocurre en las demás coyunturas de la vida. Dejemos de lado muchos recelos mutuos de los que nos ejercitamos como en el gimnasio. Porque es posible, como decÃa, evitarlos sin mostrar recelo ni aversión.
21. Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio, sà se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia.
22. Yo, personalmente, hago lo que debo; lo demás no me atrae, porque es algo que carece de vida, o de razón, o anda extraviado y desconoce el camino.
23. A los animales irracionales y, en general, a las cosas y a los objetos sometidos a los sentidos, que carecen de razón, tú, puesto que estás dotado de entendimiento, trátalos con magnanimidad y liberalidad; pero a los hombres, en tanto que dotados de razón, trátalos además sociablemente.
24. Alejandro el Macedón y su mulero, una vez muertos, vinieron a parar en una misma cosa; pues, o fueron reasumidos en las razones generatrices del mundo o fueron igualmente disgregados en átomos.
25. Ten en cuenta cuántas cosas, en el mismo lapso de tiempo brevÃsimo, brotan simultáneamente en cada uno de nosotros, tanto corporales como espirituales. Y asà no te sorprenderás de que muchas cosas, más aún, todos los sucesos residan a la vez en el ser único y universal, que llamamos mundo.
26. Si alguien te formula la pregunta de cómo se escribe el nombre de Antonino, ¿no te aplicarÃas a detallarle cada una de sus letras? Y en caso de que se enfadasen, ¿replicarÃas tú también enfadándote? ¿No seguirÃas enumerando tranquilamente cada una de las letras? De igual modo, también aquÃ, ten presente que todo deber se cumple mediante ciertos cálculos. Es preciso mirarlos con atención sin turbarse ni molestarse con los que se molestan, y cumplir metódicamente lo propuesto.
27. ¡Cuán cruel es no permitir a los hombres que dirijan sus impulsos hacia lo que les parece apropiado y conveniente! Y lo cierto es que, de algún modo, no estás de acuerdo en que hagan eso, siempre que te enfadas con ellos por sus fallos. Porque se ven absolutamente arrastrados hacia lo que consideran apropiado y conveniente para sÃ. «Pero no es asû. Por consiguiente, alecciónales y demuéstraselo, pero sin enfadarte.
28. La muerte es el descanso de la impronta sensitiva, del impulso instintivo que nos mueve como tÃteres, de la evolución del pensamiento, del tributo que nos impone la carne.
29. Es vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo no desfallece, en éste desfallezca primeramente tu alma.
30. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofÃa ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad. En todo, procede como discÃpulo de Antonino; su constancia en obrar conforme a la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la ausencia en él de vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las cosas. Y recuerda cómo él no habrÃa omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le censuraban injustamente; y cómo no tenÃa prisas por nada; y cómo no aceptaba las calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los hechos; pero no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era desconfiado, ni charlatán. Y cómo tenÃa bastante con poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su vestido, para su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin tener necesidad de evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y uniformidad en la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponÃan sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor; y cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que asà te sorprenda, como a él, la última hora con buena conciencia.
31. Vuelve en ti y reanÃmate, y una vez que hayas salido de tu sueño y hayas comprendido que te turbaban pesadillas, nuevamente despierto, mira esas cosas como mirabas aquéllas.
32. Soy un compuesto de alma y cuerpo. Por tanto, para el cuerpo todo es indiferente, pues no es capaz de distinguir; pero al espÃritu le son indiferentes cuantas actividades no le son propias, y, en cambio, cuantas actividades le son propias, todas ellas están bajo su dominio. Y, a pesar de esto, sólo la actividad presente le preocupa, pues sus actividades futuras y pasadas le son también, desde este momento, indiferentes.
33. No es contrario a la naturaleza ni el trabajo de la mano ni tampoco el del pie, en tanto el pie cumpla la tarea propia del pie, y la mano, la de la mano. Del mismo modo, pues, tampoco es contrario a la naturaleza el trabajo del hombre, como hombre, en tanto cumpla la tarea propia del hombre. Y, si no es contrario a su naturaleza, tampoco le envilece.
34. ¡Qué clase de placeres han disfrutado bandidos, lascivos, parricidas, tiranos!
35. ¿No ves cómo los artesanos se ponen de acuerdo, hasta cierto punto, con los profanos, pero no dejan de atender a las reglas de su oficio y no aceptan renunciar a él? ¿No es sorprendente que el arquitecto y el médico respeten más la razón de su propio oficio que el hombre la suya propia, que comparte con los dioses?
36. Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua; el Atos, un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante de la eternidad; todo es pequeño, mutable, caduco. Todo procede de allá, arrancando de aquel común principio guÃa o derivando de él. En efecto, las fauces del león, el veneno y todo lo que hace mal, como las espinas, como el cenagal, son engendros de aquellas cosas venerables y bellas. No te imagines, pues, que esas cosas son ajenas a aquel a quien tú veneras; antes bien, reflexiona sobre la fuente de todas las cosas.
37. Quien ha visto el presente, todo lo ha visto: a saber, cuántas cosas han surgido desde la eternidad y cuántas cosas permanecerán hasta el infinito. Pues todo tiene un mismo origen y un mismo aspecto.
38. Medita con frecuencia en la trabazón de todas las cosas existentes en el mundo y en su mutua relación. Pues, en cierto modo, todas las cosas se entrelazan unas con las otras y todas, en este sentido, son amigas entre sÃ; pues una está a continuación de la otra a causa del movimiento ordenado, del hálito común y de la unidad de la sustancia.
39. Amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres con los que te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad.
40. Un instrumento, una herramienta, un apero cualquiera, si hace el trabajo para el que ha sido construido, es bueno; aunque esté fuera de allà el que los construyó. Pero tratándose de las cosas que se mantienen unidas por naturaleza, en su interior reside y persiste el poder constructor; por esta razón es preciso tenerle un respeto especial y considerar, caso de que tú te comportes y procedas de acuerdo con su propósito, que todas las cosas te van según la inteligencia. Asà también al Todo le van sus cosas conforme a la inteligencia. .
41. En cualquier cosa de las ajenas a tu libre voluntad, que consideres buena o mala para ti, es inevitable que, según la evolución de tal daño o la pérdida de semejante bien, censures a los dioses y odies a los hombres como responsables de tu caÃda o privación, o como sospechosos de serlo. También nosotros cometemos muchas injusticias a causa de las diferencias respecto a esas cosas. Pero en el caso de que juzguemos bueno y malo únicamente lo que depende de nosotros, ningún motivo nos queda para inculpar a los dioses ni para mantener una actitud hostil frente a los hombres.
42. Todos colaboramos en el cumplimiento de un solo fin, unos consciente y consecuentemente, otros sin saberlo; como Heráclito, creo, dice, que, incluso los que duermen, son operarios y colaboradores de lo que acontece en el mundo. Uno colabora de una manera, otro de otra, e incluso, por añadidura, el que critica e intenta oponerse y destruir lo que hace. Porque también el mundo tenÃa necesidad de gente asÃ. En consecuencia, piensa con quiénes vas a formar partido en adelante. Pues el que gobierna el conjunto del universo te dará un trato estupendo en todo y te acogerá en cierto puesto entre sus colaboradores y personas dispuestas a colaborar. Más no ocupes tú un puesto tal, como el verso vulgar y ridÃculo de la tragedia que recuerda Crisipo.
43. ¿Acaso el sol estima justo hacer lo que es propio de la lluvia? ¿Acaso Asclepio, lo que es propio de la diosa, portadora de los frutos? ¿Y qué decir respecto a cada uno de los astros? ¿No son diferentes y, sin embargo, cooperan en la misma tarea?
44. Si, efectivamente, los dioses deliberaron sobre mà y sobre lo que debe acontecerme, bien deliberaron; porque no es tarea fácil concebir un dios sin decisión. ¿Y por qué razón iban a desear hacerme daño? ¿Cuál serÃa su ganancia o la de la comunidad, que es su máxima preocupación? Y si no deliberaron en particular sobre mi, sà al menos lo hicieron profundamente sobre el bien común, y dado que estas cosas me acontecen por consecuencia con éste, debo abrazarlas y amarlas. Pero si es cierto que sobre nada deliberan (dar crédito a esto es impiedad; no hagamos sacrificios, ni súplicas, ni juramentos, ni los demás ritos que todos y cada uno hacemos en la idea de que van destinados a dioses presentes y que conviven con nosotros), si es cierto que sobre nada de lo que nos concierne deliberan, entonces me es posible deliberar sobre mà mismo e indagar sobre mi conveniencia. Y a cada uno le conviene lo que está de acuerdo con su constitución y naturaleza, y mi naturaleza es racional y sociable. Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que hombre, el mundo. En consecuencia, lo que beneficia a estas ciudades es mi único bien.
45. Cuanto acontece a cada uno, importa al conjunto. Esto deberÃa bastar. Pero además, en general, verás, si te has fijado atentamente, que lo que es útil a un hombre, lo es también a otros hombres. Tómese ahora «la utilidad» en la acepción más común, aplicada a las cosas indiferentes. 46. Asà como los juegos del anfiteatro y de lugares semejantes te inspiran repugnancia, por el hecho de que siempre se ven las mismas cosas, y la uniformidad hace el espectáculo fastidioso, asà también ocurre al considerar la vida en su conjunto; porque todas las cosas, de arriba abajo, son las mismas y proceden de las mismas. ¿Hasta cuándo, pues?
47. Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo tipo de profesiones y de toda suerte de razas. De manera que puedes descender en esta enumeración hasta Filistión, Febo y Origanión. Pasa ahora a los otros tipos de gente. Es preciso, pues, que nos desplacemos allá donde se encuentran tan gran número de hábiles oradores, tantos filósofos y venerables: Heráclito, Pitágoras, Sócrates, tantos héroes con anterioridad, y, después, tantos generales, tiranos. Y, además de éstos, Eudoxo, Hiparco, ArquÃmedes, otras naturalezas agudas, magnánimos, diligentes, laboriosos, ridiculizadores de la misma vida humana, mortecina y efÃmera, como Menipo, y todos los de su clase. Medita acerca de todos éstos que tiempo ha nos dejaron. ¿Qué tiene, pues, de terrible esto para ellos? ¿Y qué tiene de terrible para los que en absoluto son nombrados? Una sola cosa merece aquà la pena: pasar la vida en compañÃa de la verdad y de la justicia, benévolo con los mentirosos y con los injustos.
48. Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que viven contigo, por ejemplo, la energÃa en el trabajo de uno, la discreción de otro, la liberalidad de un tercero y cualquier otra cualidad de otro. Porque nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes, al manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven y al ofrecerse agrupadas en la medida de lo posible. Por esta razón deben tenerse siempre a mano.
49. ¿Te molestas por pesar tantas libras y no trescientas? De igual modo, también, porque debes vivir un número determinado de años y no más. Porque al igual que te contentas con la parte de sustancia que te ha sido asignada, asà también con el tiempo.
50. Intenta persuadirles; pero obra, incluso contra su voluntad, siempre que la razón de la justicia lo imponga. Sin embargo, si alguien se opusiera haciendo uso de alguna violencia, cambia a la complacencia y al buen trato, sÃrvete de esta dificultad para otra virtud y ten presente que con discreción te movÃas, que no pretendÃas cosas imposibles. ¿Cuál era, pues, tu pretensión? Alcanzar tal impulso en cierta manera. Y lo consigues. Aquellas cosas hacia las que nos movemos, llegan a producirse.
51. El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que ama el placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su propia actividad.
52. Cabe la posibilidad, en lo concerniente a eso, de no hacer conjetura alguna y de no turbar el alma; pues las cosas, por sà mismas, no tienen una naturaleza capaz de crear nuestros juicios.
53. Acostúmbrate a no estar distraÃdo a lo que dice otro, e incluso, en la medida de tus posibilidades, adéntrate en el alma del que habla.
54. Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja.
55. Si los marineros insultaran a su piloto o los enfermos al médico, ¿se dedicarÃan a otra cosa que a poner en práctica los medios para poner a salvo la tripulación, el primero, y para curar a los que están bajo tratamiento, el segundo?
56. ¡Cuántos, en compañÃa de los cuales entré en el mundo, se fueron ya!
57. A los ictéricos les parece amarga la miel; los que han sido mordidos por un perro rabioso son hidrófobos, y a los pequeños les gusta la pelota. ¿A qué, pues, enojarse? ¿Te parece menos poderoso el error que la bilis en el ictérico y el veneno en el hombre mordido por un animal rabioso?
58. Nadie te impedirá vivir según la razón de tu propia naturaleza; nada te ocurrirá contra la razón de la naturaleza común.
59. ¡Quiénes son aquéllos a quienes quieren agradar!, y ¡por qué ganancias, y gracias a qué procedimientos! ¡Cuán rápidamente el tiempo sepultará todas las cosas y cuántas ha sepultado ya!
PARTE 2 - LIBROS VII al XII - LINK-