Formación Ética y Ciudadana
01/06/2016 19:34:03




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Séneca


Lucio Anneo Séneca (en latín, Lucius Annaeus Seneca; Corduba, 4 a. C.-Roma, 65 d. C.), llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue cuestor, pretor y senador del Imperio romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.

Séneca destacó como pensador, tanto como intelectual y político. Consumado orador, fue una figura predominante de la política romana durante la era imperial, siendo uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados; a causa de este extraordinario prestigio, fue objetivo tanto de enemigos como de benefactores. 

De tendencias moralistas, Séneca pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo y moralismo romano tras la plena decadencia de la república romana. La sociedad romana había perdido los valores de sus antepasados y se trastornó al buscar el placer en lo material y mundano, dando lugar a una sociedad turbulenta, amoral y antiética, que al final la condujo a su propia destrucción.



Séneca siempre tuvo una salud enfermiza, especialmente debido al asma que padecía desde su infancia. Tanto es así que llegó a escribir que lo único que le impedía suicidarse era la incapacidad de su padre de soportar su pérdida.

En el año 31, a pesar de su mala salud, de su origen provinciano y del hecho de provenir de una familia comparativamente escasa en influencias, fue nombrado Cuestor, con lo que inició así su cursus honorum, en el que pronto destacó por su estilo brillante de orador y escritor. Para cuando, en el año 37, el emperador Calígula sucedió a Tiberio, Séneca se había convertido en el principal orador del Senado y había levantado la envidia y los celos del nuevo y megalómano César, el cual, de acuerdo con el historiador Dión Casio, ordenó su ejecución. Según el mismo historiador, fue una mujer próxima al círculo más íntimo de Calígula la que consiguió que éste revocara la sentencia al afirmar que Séneca padecía tuberculosis y pronto moriría por sí mismo. A consecuencia de este incidente Séneca se retiró de la vida pública.

En el año 41, a la muerte de Calígula y con la entronización de Claudio, Séneca, que continuaba siendo una persona relevante dentro del estamento político romano, fue de nuevo condenado a muerte, si bien la pena se le conmutó por el destierro a Córcega.

Su exilio en Córcega duró 8 años. Durante ese tiempo escribió un ensayo de consolación a su madre Helvia, a raíz de la muerte de su padre Marco, y que destaca por propugnar actitudes estoicas muy diferentes a las que, por ese mismo período, se muestran en la Consolación a Polibio, nombre de uno de los libertos imperiales de Claudio y que ostentaba un gran poder e influencia sobre el emperador. En esta carta, que probablemente nunca estuviera destinada a publicarse, se muestra abyectamente adulador mientras busca el perdón imperial.

El destierro duró hasta el año 49 cuando, tras la caída de Mesalina, la nueva esposa de Claudio, la también célebre Agripina la Menor, consiguió para él el perdón imperial. Se le llamó a Roma y, por indicación de Agripina, se le nombró pretor en la ciudad. El favor imperial no acabó ahí, pues en el año 51, a instancias de nuevo de Agripina, se le nombró tutor del joven Lucio Domicio Ahenobarbo, futuro Nerón, quien era hijo de un matrimonio anterior de Agripina. Tan drástico cambio en su suerte se debió, según el historiador Tácito, a que Agripina, aparte de buscar un tutor ilustre para su hijo, creía que la fama de Séneca haría que la familia imperial ganara en popularidad, además de considerar que un Séneca agradecido y obligado a ella serviría como un importante aliado y un sabio consejero en los planes de alcanzar el poder que albergaba para su hijo Nerón.

En el año 54, el emperador Claudio murió (según la mayoría de las fuentes históricas, envenenado por la propia Agripina) y su hijastro Nerón subió al poder. Con la subida al poder del joven Nerón, que por aquel entonces contaba con 17 años, Séneca fue nombrado consejero político y ministro, junto con un austero oficial militar llamado Sexto Afranio Burro.



Gobierno del Imperio romano

Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro, a quienes todos los historiadores romanos consideraron las personas de mayor valía e ilustración del entorno de Nerón, gobernaron de facto el imperio romano. Dicho período destacaría, a decir del propio emperador Trajano, por ser uno de los períodos de «mejor y más justo gobierno de toda la época imperial». Su política, basada en compromiso y diplomacia más que en innovaciones e idealismo, fue modesta pero eficiente: se trató en todo momento de refrenar los excesos del joven Nerón, al tiempo que evitaban depositar gran poder real en manos de Agripina. Así, mientras Nerón se dedicaba, siguiendo las instrucciones de Séneca, a un ocio moralmente «aceptable», Séneca y Burro se hicieron con el poder, en el que promovieron una serie de reformas legales y financieras, como la reducción de los impuestos indirectos; persiguieron la concusión (corrupción de los gobernadores provinciales); llevaron a cabo una exitosa guerra en Armenia, que instituyó el protectorado romano en aquel país y se mostró, a la larga, fundamental para la salvaguarda de la frontera oriental del imperio; se enviaron, a instancias de Séneca, expediciones para dar con las fuentes del río Nilo... Vale notar que ni Burro ni Séneca ocuparon, durante este período, cargo institucional alguno, más allá del de senadores, por lo que ejercieron el poder desde detrás del solio imperial, como meros validos y consejeros del joven César, que al parecer tenía en alta estima a su tutor.

Sin embargo, conforme Nerón fue creciendo, comenzó a desembarazarse de la «benigna» influencia de Séneca, de tal forma que, al mismo tiempo que el ejercicio del poder iba desgastando al filósofo, comenzaba a perder influencia sobre su pupilo Nerón. Este, que había demostrado una naturaleza cruel y vitriólica al hacer asesinar a su hermanastro Británico, pronto comenzó a escuchar los consejos de miembros de la peor ralea de la sociedad romana, meros arribistas que, como Publio Sulio Rufo, vieron una oportunidad para desplazar a Séneca del poder. Fue este Rufo el que, en el año 58, acusó a Séneca, absurdamente según Tácito, de acostarse con Agripina, con lo que dio origen a una campaña de desprestigio en la que el filósofo fue acusado de crímenes tan peregrinos como el de deplorar el tiránico régimen imperial, extravagancia en sus banquetes, hipocresía y adulación en sus escritos (fue en este momento cuando salió a la luz la carta al liberto Polibio), usura, y, sobre todo, excesiva riqueza. De hecho, la riqueza de Séneca en este período alcanzó la categoría de proverbial, cuando el poeta Juvenal habla de los grandes jardines del inmensamente rico Séneca. Es probable que la inmensa riqueza del filósofo propiciara su caída frente a Nerón, el cual no toleraría que un particular pudiera hacerle sombra en ese aspecto.



Caída y muerte

En el año 59, la antiguamente gran valedora de Séneca, Agripina, fue asesinada por Nerón, lo que marcaría el inicio del fin de Séneca. Aunque posiblemente no estuvieran involucrados, Séneca y Burro tuvieron que llevar a cabo una campaña de lavado de imagen pública del emperador a fin de minimizar el impacto que pudiera tener el crimen: Séneca escribió la famosa carta al Senado en la que justificaba a Nerón y explicaba cómo Agripina había conspirado en contra de su hijo. Este hecho ha sido muy criticado con posterioridad, y ha sido germen frecuente de las acusaciones de hipocresía contra Séneca. Cuando, en el año 62, Burro murió (probablemente asesinado, según algunos), la situación de Séneca en el poder se volvió insostenible, al haber perdido buena parte de su capital político y de sus apoyos. La campaña de desprestigio, además, le privó de la cercanía del emperador, el cual, rodeado de aduladores y arribistas como Tigelino, Vitelio o Petronio, pronto comenzaría a hablar de desembarazarse de su viejo tutor.

Así, ese mismo año Séneca pidió a Nerón retirarse de la vida pública, y ofreció toda su fortuna al emperador. El retiro le fue concedido tácitamente, aunque la fortuna no le fue aceptada hasta años después. De esta manera, Séneca consiguió retirarse de la cada vez más peligrosa corte romana, y comenzó a pasar su tiempo viajando con su segunda esposa, Paulina, por el sur de Italia. Al mismo tiempo, comenzó a redactar una de sus obras más famosas, las Cartas a Lucilio, auténtico ejemplo de ensayo, en las que Séneca ofrece todo tipo de sabios consejos y reflexiones a Lucilio, un amigo íntimo que supuestamente ejercía como procurador romano en Sicilia.


Aun así, Séneca no consiguió desembarazarse del todo de la obsesiva perversión de su antiguo pupilo. Según Tácito, parece ser que en sus últimos años Séneca sufrió un intento de envenenamiento, frustrado gracias a la sencilla dieta que el filósofo había adoptado, previendo un ataque de este tipo. Sea como fuere, en el año 65 se le acusó de estar implicado en la famosa conjura de Pisón contra Nerón. Aunque no existieran pruebas firmes en su contra, la conjura de Pisón sirvió a Nerón como pretexto para purgar a la sociedad romana de muchos patricios y caballeros que consideraba subversivos o peligrosos, y entre ellos se encontraba el propio Séneca. Así pues, Séneca fue, junto con muchos otros, condenado a muerte, víctima de la conjura fracasada.

Sobre la muerte de Séneca, el historiador Tácito cuenta que el tribuno Silvano fue encomendado para darle la noticia al filósofo, pero siendo aquél uno de los conjurados, y sintiendo una gran vergüenza por Séneca, le ordenó a otro tribuno que le llevara la notificación del César: de un patricio como Séneca se esperaba no que decidiera esperar a la ejecución, sino que se suicidara tras recibir la condena a muerte. Cuando Séneca recibió la misiva, ponderó con calma la situación y pidió permiso para redactar su testamento, lo cual le fue denegado, pues la ley romana preveía en esos casos que todos los bienes del conjurado pasaran al patrimonio imperial.

Sabiendo que Nerón actuaría con crueldad sobre él, decidió abrirse las venas en el mismo lugar, cortándose los brazos y las piernas. Su esposa Paulina le imitó para evitar ser humillada por el emperador, pero los guardias y los sirvientes se lo impidieron



El suicidio de Séneca, en la Crónica de Núremberg, publicada en 1493


Séneca, al ver que su muerte no llegaba, le pidió a su médico Eustacio Anneo que le suministrase veneno griego (cicuta), el cual bebió pero sin efecto alguno. Pidió finalmente ser llevado a un baño caliente, donde el vapor terminó asfixiándolo, víctima del asma que padecía.

Al suicidio de Séneca lo siguieron, además, el de sus dos hermanos y el de su sobrino Lucano, sabedores de que pronto la crueldad de Nerón recaería también sobre ellos. El cuerpo de Séneca fue incinerado sin ceremonia alguna. Así lo había prescrito en su testamento cuando, en sus tiempos de riqueza y poder, pensaba en sus últimos momentos.




Su filosofía.

La filosofía de Séneca es fundamentalmente práctica, 
Le interesa más la filosofía como forma de vida que como especulación teórica, y gira toda ella en torno a la figura del «sabio», del «sofós». Para Séneca la sabiduría y la virtud son la meta de la vida moral, lo único inmortal que tienen los mortales. La sabiduría consistirá según la doctrina estoica en seguir a la naturaleza, dejándose guiar por sus leyes y ejemplos. Y la naturaleza está regida por la razón. Por tanto, obedecer a la naturaleza es obedecer a la razón, y poder de este modo ser feliz. La felicidad de que es capaz el hombre consiste en adaptarse a la naturaleza, y para ello mantener un temple anímico equilibrado que nos deje a salvo de las veleidades de la fortuna y de los impulsos del deseo que oscurecen la libertad. La libertad consiste en la tranquilidad del espíritu, en la imperturbabilidad del ánimo que hace frente al destino, la ataraxia. 

Sólo es feliz el que, dejándose guiar por la razón, ha superado los deseos y los temores. La virtud debe desearse por sí misma, no por otra cosa; el premio de la virtud es la misma vida virtuosa y razonable que nos pone al abrigo de las turbaciones. La moral exige extinguir los deseos desordenados, especialmente la ira. El sabio debe esforzarse por mantenerse impávido. No se le exige una insensibilidad, pues perdería su condición humana, pero debe soportar las adversidades. No ha de tratar de reformar el mundo, que tiene sus leyes necesarias, sino procurar adaptarse a sus exigencias. 

Séneca traza un programa de heroísmo pasivo, que exige una reforma de la imaginación y de la mente para que no se impresione por el horror de los dolores, la miseria y la muerte. Los hombres deben prestarse auxilio mutuo, vivir en sociedad profesándose afecto y estima. La naturaleza exige el amor de los elementos que la componen. Hacer daño a otro hombre es algo irracional que va contra la misma esencia de la naturaleza. 

La muerte no es un bien ni un mal, puesto que es algo inexistente. Sin embargo, puede ser una liberación cuando las circunstancias de la vida condenan al hombre a una esclavitud incompatible con la libertad. Entonces el hombre tiene el camino abierto para dejar la vida. Nada nos fuerza a vivir en la miseria, en la necesidad. «Demos gracias a Dios de que nadie está obligado a permanecer en la vida», dice en una de sus cartas. Séneca propugna, pues, el suicidio en cualquiera de sus formas que él detalla en como una liberación. Sólo ha de temerse lo incierto, pero la muerte viene con necesidad absoluta y nadie se libra de ella. En el caso extremo el sabio sigue siendo dueño de la vida, dejando voluntariamente la vida sin odiarla. 

Séneca oscila, al pretender justificar este desinterés del sabio que busca la virtud por sí misma, entre una naturaleza que lo es todo y un cierto teísmo providencial. Y a veces identifica a Dios con la naturaleza, que está penetrada toda ella por la razón divina. La Naturaleza, la Razón, el Destino son nombres diversos de Dios. 

El alma, del hombre es lo que el hombre tiene de racional y divino, y la que ayudada por la filosofía, nos hará resistir a la fortuna y al azar. 

Séneca condena la esclavitud y proclama la igualdad de los hombres; pide que se perdone al enemigo y que se haga el bien a todos; exige el dominio de sí mismo y condena los combates de gladiadores. 

Toda esta doctrina respondía a la misma personalidad de Séneca. Vivió una vida dramática y se vio mezclado en las turbias luchas que se tramaban en torno al poder. Durante varios años la responsabilidad pública de Séneca fue enorme y de él dependía la suerte de muchas personas. Pretendió llevar a la práctica las doctrinas de los teóricos estoicos; pero al tropezar con la realidad se manchó con sus impurezas, y así tuvo, por ejemplo, que excusar los crímenes de Nerón mientras él mismo se enriquecía. Había en Séneca dos personalidades, muchas veces disociadas y enfrentadas. El moralista estoico, severo e idealista, y el hombre público, apasionado por la vida política y ambicioso. El estoicismo llenaba profundamente su corazón, pero las intrigas políticas le hicieron muchas veces olvidarse de las máximas elevadas. El destierro y la desgracia purificaron su alma, y renunciando a cambiar al mundo imponiéndole la felicidad mediante la política, purificó y acendró su vida interior, desligándose de las vanidades del mundo y sometiéndose al orden del cosmos. 

En lógica, Séneca, siguiendo a los estoicos, admite la singularidad del objeto conocido y la corporeidad de todo lo existente. No admite, por tanto, las ideas esenciales platónicas situadas en un lugar celeste. Las ideas son realidades físicas dotadas de propiedades activas, de la misma manera que nuestra alma es una partícula del alma universal. El bien, por ejemplo, es un fluido que impregna el alma del sabio. Todo es corpóreo. Nuestros sentidos aceptan estas realidades corpóreas y las aceptan con evidencia. Y como el mundo es en sí racional, está traspasado de racionalidad; nuestras ideas pueden organizarse también en ciencia. La razón es inmanente al mundo y, por tanto, la razón de cada hombre hallará al mundo inteligible, puesto que el alma es una chispa o soplo divino. 

El alma es un soplo extremadamente sutil y cálido, spiritus, es una sustancia continua gracias a la cual los cuerpos complejos conservan su unidad. El alma del mundo mantiene también la cohesión de la tierra y sirve de vínculo con el cielo. 

La tierra es en cierto modo un ser vivo, orgánico, con funciones corporales, humores y ritmos como el hombre. De este modo explica Séneca los fenómenos de la naturaleza, el rayo, las cavernas, las corrientes de agua. 

En la vida psicológica del hombre se contrapesan el impetus, la pasión y el juicio reflexivo. La inteligencia debe analizar y clarificar las pasiones, despejándolas de todo lo oscuro e irracional. Por eso la virtud consiste en una inteligencia que juzga acertadamente de un modo estable. En este aspecto de las doctrinas senequistas es perceptible el influjo socrático, según el cual el error y el mal coinciden. De hecho esta virtud racional es ahogada y oscurecida por múltiples circunstancias que favorecen la perversión. El placer, el dinero, el orgullo, cosas en sí «indiferentes», puesto que no son bienes, se enseñorean del hombre. 

La virtud consistirá en el dominio de la racionalidad; pero dado que el mundo «ya» es racional, la virtud es independiente de toda evolución del mundo y de la sociedad. Séneca excluye toda posibilidad de rebelión y protesta. El bien supremo es la sumisión al orden racional del mundo. Aparte de él, no hay bienes ni males, sino cosas indiferentes. En todo caso, el dolor más agudo es el más breve y con la muerte vendrá la felicidad. Las riquezas no son bienes porque están sujetas a veleidades y no dan tranquilidad de espíritu; precipitan al rico, por el contrario, en un torbellino de deseos. 

Sólo sobreviven las almas que se han elevado sobre lo bajo de este mundo gracias a la razón. Las demás no han llegado a un grado suficiente de conciencia y no podrán desligarse de lo material. 

Séneca rechaza la mitología griega y romana, juzgándola poco digna de la divinidad. El Universo es un conjunto orgánico y debe ser dominado por un solo ser: Dios, Júpiter. Las divinidades no son sino aspectos y caracteres de este ser supremo. La conciencia debe obrar según lo que en cada momento exija de nosotros el orden del Universo. Eso es el Destino. Lo demás es atribuible a la pasión o a la fortuna, al azar. 

Séneca no se queda nunca, sin embargo, en un plano de ética teórica o abstracta. Lo que interesa, según él, no son las sutilezas de la lógica ni las profundidades de la física, sino la vida moral. Los tratados de Séneca son cartas o diálogos. Trata de aconsejar, de guiar por el camino del bien, de la razón y de la ascesis, superando lo contingente y azaroso, dominando la pasión y el deseo. 

Séneca predica la fraternidad universal y la superación de los límites angostos de la ciudad o la patria. El sabio tiene por patria el Universo y el destierro es un mero cambio de lugar. 

No obstante todo lo anteriormente expuesto, las opiniones y doctrinas de Séneca no forman un sistema y son frecuentes las contradicciones. Muestra una decidida preferencia por la ética como ciencia práctica autónoma, desentendiéndose de las grandes cuestiones metafísicas. De ahí la originalidad del senequismo frente al estoicismo antiguo: por su espiritualismo frente al monismo, y por subrayar frente al Todo la dignidad moral de la persona.




LA MORAL ROMANA: DOCTRINA DE LOS ESTOICOS

LA SOLIDARIDAD CON TODOS LOS HOMBRES: “¿Cómo nos comportaremos con los hombres?… ¿Qué preceptos daremos?… He aquí una fórmula del deber del hombre: todo lo que ves, que abraza lo divino y lo humano, es todo unidad; todos nosotros somos miembros de un gran cuerpo. La naturaleza… nos engendró un mutuo amor y nos hizo sociables… Por su ley, es más mísero realizar el mal que recibirlo. Por su orden, deben estar prontas las manos para ayudar. Y aquel verso: ‘Soy hombre1 y de nada de lo humano me considero extraño’, debemos tenerlo en el corazón y en los labios” (Séneca).


LA BONDAD, VIRTUD INVENCIBLE: “Analiza este pensamiento: ¿qué haré si no se me tiene gratitud? Aquello que hacen los dioses…, que comienza, otorgando beneficios a aquellos que los ignoran, continúan con los ingratos… La ruina de la casa no disuadió nunca a nadie de reconstruirla, y cuando el fuego la destruyó, colocamos los fundamentos sobre terreno aún cállenle tan pertinaz es el alma en las buenas esperanzas… Como buen agricultor, con el cuidado y con el trabajo venceré la esterilidad del suelo” (Séneca). 

LA ACEPTACIÓN DE LA MUERTE: “Cuando llegue el día en que se disgregue esta mezcla de divino y humano, dejaré el cuerpo aquí donde In In encontrado y me restituiré a Dios, y aun ahora no estoy sin él, sino que me hallo prisionero del peso terrenal… Tal como el útero materno nos guarda diez meses…, de la misma manera, por medio del intervalo que transcurre desde la infancia a la vejez, maduramos para otro parto… Espera, por eso, sin temor la hora del destino: no es la última para el alma, sino para el cuerpo… Este día… es el del nacimiento eterno… Se disipará esta oscuridad y la clara luz nos herirá de todas partes…” (Séneca).

LA MUERTE DE UN HOMBRE COMO DIVERSIÓN : “El hombre, cosa sagrada para el hombre, es muerto ya por diversión, ya por juego…, y la muerte dada por un hombre es espectáculo” (Séneca).

LA DIGNIDAD DE CUALQUIER HOMBRE: “El alma recta, buena, grande…, puede encontrarse en cualquier hombre, en un caballero romano o en un liberto o en un esclavo. ¿Qué son, en efecto, caballero, liberto, siervo? Nombres dados por la ambición o por la injusticia” (Séneca).

EL NECESARIO PERFECCIONAMIENTO DEL ALMA: “Lo que verdaderamente se exige del hombre es que beneficie a los hombres: si puede, a muchos, si puede menos, a pocos, si puede menos aún, a los próximos; si menos todavía, a sí mismo” (Séneca).

LA VIDA, UN CAMINO HACIA LA MUERTE

“No caemos de improviso en la muerte, sino que avanzamos hacia ella paso a paso: morimos cada día. Cada día nos toma una parte de vida, y aun cuando crecemos, la vida decrece….” (Séneca).




Algunas Frases Célebres de Séneca:

En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto.

Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti.

Un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella.

No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.

La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte.




"Cartas a Lucilio" de Séneca


Las Cartas a Lucilio es una de las obras más renombras del filósofo; en estas Séneca habla de un amplio abanico de temas, que aparecen como consejos que ofrece a su amigo y discípulo Lucilio (quien se creía era un procurador romano de la provincia de Cilicia, aunque tiempo después se pone en duda su existencia). Los temas de las cartas tienen como objetivo principal dar pautas sobre lo que es ser un buen estoico para alcanzar así la virtud, que es el bien supremo del estoicismo. Algunos de los rasgos más significativos sobre el pensamiento de Séneca, que se dejan ver en las cartas, son el destacar la voluntad como facultad diferenciada del entendimiento, la insistencia en el carácter pecador del hombre, su preocupación por la amistad, la vejez, su oposición a la esclavitud y su afirmación de la plena igualdad de todos los hombres.

A continuación encontrarán la reseña de algunas cartas y, en otros casos, sólo el número y título de otras:

1. Carta III. De la elección de los amigos.

En esta carta Séneca habla de cómo la verdadera fuerza de la amistad consiste en tratar al amigo como si fuera uno mismo, en hacerlo partícipe de todos los pensamientos y dudas propias, en confiar en él como si ambos fueran uno solo.

2. Carta VI. De la verdadera amistad.

Siguiendo la idea anterior Séneca nos dice que la verdadera amistas debe nacer de una desición por parte de dos personas de unirse, amarse, compartir y aprovechar las cosas que el otro le puede brindar, lo cual requiere que cada uno conozca muy bien lo que tiene para darle al otro. Al final de la carta, incluso, Séneca dice que el que es amigo de sí mismo, logra ser amigo de todos los hombres.

3. Carta XIV. Cómo debe cuidarse el cuerpo.

Aquí Séneca expone que si bien no hay que ser esclavo del cuerpo y vivir a merced de él, sí es necesario cuidarlo de la mejor manera posible porque sin él no podríamos vivir. Propone, pues, no divinizar el cuerpo, sino prestarle atención y cuidarlo de los excesos.

4. Carta XV. De los ejercicios del cuerpo.

En esta carta Séneca muestra cómo cuidando el cuerpo y ejercitándolo se ejecita, a su vez, el alma y viceversa; plantea que la salud del alma debe ser la premisa a la que apunte todo ejercicio corpóreo.

5. Carta XX. De la inconstancia de los hombres.

Habla de cómo el hombre tiene una voluntad tan débil que cada día cambia de parecer sobre las cosas que piensa, hace o tiene; Séneca afirma que los hombres no saben lo que quieren y que viven en una búsqueda constante de eso que los llene. Dice, pues, que lo sabi consiste en querer siempre lo mismo y rechazar siempre lo mismo, para lo cual es necesario recorrer un camino largo donde cada día nos conozcamos cada vez más.

6. Carta XXV. De los peligros de la soledad.

7. Carta XL. La elocuencia conviene al filósofo.

En esta carta Séneca birnda consejos sobre cómo debe hablar un verdadero filósofo, sobre el cuidado que debe tener con las palabra que emplea, sobre el orden en que las dice (que refleja el orden de la ideas), porque todo ello es necesario para convencer y lograr sanar los espíritus de quienes escuchan.

8. Carta XLIII. Vivir en particular como se vivirá en público.

En esta carta se plantea la idea de vivir siempre como si durmiéramos con la puerta de nuestra casa abierta, porque no debemos tener nada que esconder ante los ojos de los demás. Dice Séneca que las puertas se inventaron no para vivir más seguros sino para pecar más ocultamente.

9. Carta XLVIII. Comunidad de intereses en la amistad.

10. Carta L. No reconocemos nuestros defectos.

Séneca habla de la inclinacíón natural del hombre a esconder sus defectos engañando a los demás a tal punto que terminamos engañándonos nosotros mismos. Nos aconseja, pues, reconocer y afrontar nuestros defectos para comenzar el camino hacia la búsqueda de la cura en nosotros mismos.

11. Carta LIII. De las enfermedades del alma.

12. Carta LXVII. Si la virtud es un bien deseable, la paciencia en el tormento debe desearse.

13. Carta LXVIII. No fingir la soledad por mera vanidad.

Séneca invita a ser prudente y no vanagloriarse de ser un hombre inteligente y dedicado al estudio de lo que le gusta; dice que apartarse demasiado de los demás es una especie de vanidad al quererse mostrar superior a ellos.

14. Carta LXXV. Hablar bien es decir lo que uno piensa.

Esta carta invita a cuidar las palabras que usamos porque éstas reflejan lo que pensamos, así pues, debemos sentir relamente lo que decimos y decir lo que sentimos porque de este modo estaremos a tono con la vida.

15. Carta LXXVI. En toda edad hay oportunidad de aprender.

16. Carta LXXX. El espíritu y el cuerpo. La libertad puede obtenerse, pero no se sabe dar.

17. Carta XCIV. Sobre la utilidad de los preceptos.

Habla de que todo lo que aprendemos lo debemos valorar y de que no se trata de curar al enfermo, sino de mostrarle el camino hacia la cura, es decir, no se trata de dar respuestas sino de enseñar a buscarlas.

18. Carta CVIII. En la conversación y en los libros se aprende filosofía.

Séneca dice que siempre hay que sacar provecho de una buena conversación, y más si ésta es con un filósofo. Se dice que a una conversación se asiste para escuchar y para aprender siempre algo nuevo.

19. Carta CX. La mayor desgracia es no tener la paz consigo mismo.

20. Carta CXV. La conversación, espejo del alma. Bellezas sorprendentes de ésta.




Ver las Cartas a Lucilio on line:
http://es.wikisource.org/wiki/Cartas_a_Lucilio







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